Esta película fue pensada para ser un telefilm, por lo que en su realización y su montaje resulta evidente un lenguaje más televisivo que cinematográfico.
Esta particularidad también hace que en el desarrollo actoral el peso dramático esté depositado mayormente en uno de los protagonistas, en tanto al otro integrante se le dé fuerza de partenaire. En este caso es Patricio Contreras quien con su rol de Antonio asume la carga de la línea dramática, y no sólo lo hace con solvencia sino con un despliegue que hace intuir que sus propios aportes como intérprete fueron importantes en la construcción de su personaje.
Aymará Rovera cumple su función de partenaire a la perfección al jugar sus situaciones con la medida precisa para que su personaje de Griselda jamás se desborde.
Volviendo al tema del lenguaje televisivo, es obvio señalar que el resto de los personajes están en función del desarrollo dramático de los protagonistas por lo que se aprecia a los actores de los roles secundarios cumpliendo con el standard actoral de composición, seguramente marcados por Juan Pablo Méndez para que no contrarresten el “crecendo” de las situaciones.
A lo largo de la proyección se encuentran escenas con un fondo musical que pasa de ser incidental a inductivo por lo que desborda las situaciones.
Conclusión
El espectador se sentirá atraídos por esta “road movie” porque la mayoría del público argentino está habituado al lenguaje de televisión para contar historias de amor y muerte.
Los cinéfilos, alejados del lenguaje del telefilm, encontrarán que está película independiente adolece de falta de producción, aunque éste cronista conoce las dificultades de financiación que, a lo largo de mucho tiempo, tuvieron sus productores hasta que pudieron lograr su realización.