Todos los fuegos, el fuego. Una historia interesante es un buen comienzo para un filme, aunque eso no necesariamente nos lleve al mejor puerto una vez que llegamos al producto final. Mempo Giardinelli, escritor chaqueño ganador de varios premios a lo largo de su carrera, dirige aquí junto con el director colombiano Juan Pablo Méndez Restrepo una película basada en su propia novela de nombre homónimo, que ambos adaptaron. Alfredo (Patricio Contreras) y Griselda (Aymará Rovera) son amantes. Ninguno de los se siente culpable: ni ella por engañar a su marido, ni él por traicionar a su socio y mejor amigo, Antonio, el esposo de Griselda. Una voz en off nos insinúa que el calor del norte del país te puede volver loco. Y así, sin demasiados prolegómenos, Alfredo y Griselda se proponen matar a Antonio y escapar. Pero a pesar de que el asesinato sucede con cierta naturalidad, el escape se va tornando complejo a medida que avanza el relato...
En 1999 el escritor y ensayista Mempo Giardinelli publico su novela El décimo infierno, un relato policial en el cual se realiza una analogía con los círculos del infierno planteados por El Dante. Más de diez años después, es el mismo Giardinelli el encargado de adaptar su novela al guión cinematográfico y dirigir, junto al también debutante colombiano Juan Pablo Méndez, la película de mismo título. Lo primero que hay que aclarar es que estamos ante un telefilm, co-producido por Canal Encuentro realizado entre 2010 y 2011; esto es fundamental para saber a qué (tipo de) producción nos vamos a “enfrentar”. Por momentos parece una producción casera, la falta de una mayor producción se hace notable; al igual que la falta de trayectoria de ambos directores; varias escenas son resueltas de una manera algo sencilla. No obstante, las flaquezas que puede tener en la producción son “tapadas”, disimuladas, con pericia; El décimo infierno es un film atrapante, desde el relato, pero mucho más desde la imagen. La historia se desarrolla en el ambiente húmedo del Nordeste argentino, en un pueblo pequeño. Alfredo y Antonio son socios en una inmobiliaria, aparentemente además mantienen una relación de amistad. Antonio está casado con Griselda, y llevan una vida acomodada acorde a la labor del hombre. Pero esta aparente pasividad dura muy poco en El décimo infierno; de entrada sabemos que Alfredo es el amante de Griselda, y a los pocos minutos llega el detonante; Alfredo pregunta por qué no asesinar a Antonio, y Griselda, lejos de espantarse, le sigue el “juego” pregunta cómo lo pueden hacer. El plan no tarda en llevarse a cabo, y ambos emprenden una fuga que no saldrá tan perfecta como lo planearon; la idea, cruzar la frontera con Paraguay. La película avanza al ritmo de una road movie violenta, sudorosa. Ambos protagonistas escapan de algo, de su pasado, y lo hacen sin ningún remordimiento; no importa si lo que hicieron está bien o mal, es el fuego de la pasión lo que los rige. Y es precisamente eso, el fuego, lo que ocupa un lugar primordial; tal vez planteando la relación de un camino al infierno, de los círculos del infierno de La Divina Comedia, hay muchos planos de fogatas, de material consumiéndose, de humo; todo contribuye a un clima sórdido, pretendido y logrado con mínimos recursos. Hay algo muy típico de los unitarios televisivos o, como en este caso, los telefilms, y es cierto abuso del plano principal, de enfocar demasiado cerca, y por ende los planos cortos; claro que todo esto también habla de que no se cuenta con las posibilidades de una superproducción como las que, de a poco, nos vamos acostumbrando en Argentina. Sin embargo, en esta oportunidad, ese abuso no es del todo negativo, esos planos cerquísimos permiten captar gestos, miradas; y es muy necesario para este relato negro. Otro aporte fundamental es el de Patricio Contreras y Aymará Rovera (la actriz de Extranjera) en los protagónicos, ellos estan casi todo el tiempo en pantalla, el film es la relación, extraña, tortuosa, entre los dos; y ahí funciona una química mortal. Ambos actores le ponen todo su oficio a una película que lo necesitaba. Giardinelli y Mendez realizan un buen trabajo, tanto de adaptación (la novela está algo simplificada, pero es entendible), como de puesta en escena firme aunque precaria. El décimo infierno es, se nota, un film hecho a pulmón, quizá haga recordar a cierto cine argentino que ya casi no se hace (el de los comienzos del furor del cine hogareño directo a video); pero a su vez demuestra que este no siempre es un condimento negativo. Lo que aquí falta de desarrollo, de producción, sobra en esfuerzo, en ganas de hacer una de suspenso entretenida. Objetivo cumplido.
Opera prima del escritor Mempo Giardinelli, codirector aquí con el colombiano Juan Pablo Méndez, El décimo infierno se ambienta en la frontera chaco-correntina, geografía predilecta del autor de Luna caliente, aquí creador del libro en el que se basa el film. Muy cerca de allí vive Alfredo (Patricio Contreras), amigo y socio de Antonio, y amante de su esposa Griselda (Aymará Rovera). La fantasía de matar al marido engañado es recurrente en la pareja. Hasta que un día deciden hacerlo, marcando el punto de partida de una road movie desenfrenada, thriller setentoso con espíritu clase B, en el que los protagonistas recorren en auto las rutas de gran parte del noroeste argentino, al tiempo inician un tour-de-force físico y emocional, con un Patricio Contreras absolutamente desatado. El problema es que el proyecto estaba concebido originalmente como telefilm, y eso se nota en la pereza visual, la abundancia de primeros planos obvios (¡el fuego!) y un montaje innecesariamente veloz.
El amor es ciego... y la locura lo acompaña La ópera prima del escritor Mempo Giardinelli basada en su novela del mismo nombre, y dirigida junto al colombiano Juan Pablo Méndez Restrepo, es un ensayo sobre la locura depositada en la pareja clandestina que interpreta Patricio Contreras y Aymará Rovera, dueños y señores de la película en su totalidad. Alfredo (Patricio Contreras) es amigo y socio de Antonio (Atilio Clavo Fanti) con quien comparte una inmobiliaria. Además es el amante de Griselda (Aymará Rovera), la esposa de su compañero, con quien mantiene una relación por demás carnal, pasional y enferma. Lo perverso continúa cuando Alfredo le pregunta a su pareja si debe asesinar a su marido. Lo curioso comienza cuando ella repregunta cómo lo harían. A partir de allí, las cosas tomarán un curso que sumirá a sus personajes en una profunda oscuridad. El décimo infierno (2012) coloca toda la carga emocional y dramática en Alfredo, que es sin dudas quien lleva las riendas y toma las decisiones a lo largo de la trama. Hay una audacia evidente en Patricio Contreras a la hora de encarar su papel y poner su voz en off a la narración, lo que le brinda fuerza y efecto al relato. Los realizadores van dando forma a estos personajes tan iguales pero a la vez distintos, que comparten y conviven en la densa atmósfera del Chaco y Corrientes al mejor estilo road movie. Desde la escena inicial, esa puesta inusual de un plano general que dura por lo menos cinco minutos y que muestra varias acciones a la vez, los directores deciden dejarle en claro al espectador que en esta película puede pasar cualquier cosa, pasando por la perversión, la demencia y los peores sentimientos que puede tener un ser humano. Por ello el relato va mutando según la desequilibrada mente de sus protagonistas. Así como en la novela, Giardinelli y Méndez Restrepo quisieron dotar al film de las remembranzas del Infierno de La Divina Comedia, en la que Dante Alighieri hacía referencia a nueve círculos de castigo. El de la película en cuestión, el décimo, parece inventado para significar el peor de los pecados y castigos, donde todo desemboca en el no retorno tal como el inevitable destino de sus protagonistas.
They drive by night El décimo infierno references film noir, gets nowhere Every literary or film genre has certain rules and conventions difficult to eschew, but it is not necessary to stick so strictly to them to the point of turning them into clichés. It’s difficult to imagine a hard-boiled novel or a film noir, especially when set in the US, where it’s not hot, where a PI strapped for cash accepts an investigation commissioned by a damsel in distress. Think Dashiel Hammett, picture Bogart and you get the idea.
Truculencia y falta de sutilezas No es sutileza lo que sobra en El décimo infierno , película escrita y dirigida en sociedad por el colombiano Juan Pablo Méndez Restrepo y Mempo Giardinelli, en su debut como realizador cinematográfico. En el inicio de la historia, una cena de amigos termina con un violento crimen: Alfredo (Patricio Contreras) mata de manera artera a su socio en una inmobiliaria frente a su propia esposa, Griselda (Aymará Rovera). Griselda y Alfredo son amantes desde hace tiempo y deciden escapar juntos. Lo que viene a partir de ahí es una sucesión de golpes bajos, efectismo y frases hechas pronunciadas por una voz en off que intenta puntuar el relato (la de Contreras, afectada hasta el hartazgo), pero que en realidad subraya lo que las imágenes muestran con poco refinamiento. Sin que medien demasiados justificativos, una pareja de amantes que se proclama cansada de la rutina y de las hipocresías se convierte en un dúo de asesinos a sangre fría que no perdona ni siquiera al pibe que trabaja repartiendo sushi. Filmada en el Chaco, provincia natal de Giardinelli -de larga trayectoria literaria-, El décimo infierno combina imágenes de innecesaria truculencia con parlamentos superficiales e insólitos: "cuando lanzás una bola a rodar sobre la pista, no podés controlar los palotes"; "con plata se sabe adónde ir y qué hacer"; "aprendí a transgredir por placer", por citar algunos. La pareja de repentinos inadaptados viaja a toda velocidad hacia la frontera con Paraguay, mientras discute cómo ocultarse del control policial como si estuviera resolviendo un asunto de decoración de interiores. Y, de paso, mata a un par de desprevenidos más. Se adivina la intención de contar una historia de malditos, pero es todo tan impostado e inverosímil que en algún momento hasta causa gracia. Pero no es justamente el humor voluntario lo que abunda en la película, cuyo final de pretendida gravedad también reserva una "sorpresa" que revela sobre todo la haraganería de los guionistas.
Sexo, locura y muerte El escritor Mempo Giardinelli debuta en el cine como codirector de la adaptación de su novela "El Décimo Infierno". La historia transcurre en su Chaco natal, específicamente en la ciudad de Resistencia. Allí viven Alfredo (Patricio Contreras), y su amante Griselda (Aymará Rovera), que es también la esposa de su amigo y socio en una inmobiliaria. Por razones que el autor atribuirá al calor de la ciudad sumado a las pocas alternativas que alguien de la edad de Alfredo tiene en la vida, una noche él decide asesinar a su socio, a sangre fría y sin premeditación. Griselda le asistirá, sorprendida pero cómplice, y a partir de ese momento comenzarán una huida que los rodeará de violencia y locura, y los condenará a este décimo infierno que Giardinelli agrega a los de "La Divina Comedia" de Dante Alighieri. La historia que propone el libro es interesante, sin embargo la adaptación de la novela al cine nunca es fácil, incluso para su propio autor. En este caso, hay muchos textos en voz en off, narrados por el protagonista, que tienen un valor interesante como prosa, pero deslucen en la versión fílmica, ya que son apenas acompañados por las imágenes. Así se da que haya mucha imagen que parece más ilustrar el texto que tener entidad propia (como cuando él en el auto narra un accidente y se ven explosiones que supuestamente sólo estarían en su imaginación). La calidad de la filmación es considerablemente pobre, y la elección estética de un exceso de planos detalle, en especial de fuegos, colillas de cigarrillo encendidas y luces rojas que suelen terminar en fuera de foco, llega a cansar al espectador. Si bien la idea es transmitir la sensación del calor del infierno, termina resultando demasiado repetitiva. Lo más destacable es el trabajo de Patricio Contreras en su composición de este hombre que encuentra en la transgresión el medio para sentirse vivo. Con un final algo predecible considerando la evolución de los hechos, y sus limitaciones estéticas, la película apenas resulta correcta. Como curiosidad, hay un cameo de Giardinelli al mejor estilo Hitchcock.
La pareja tiene sesgo letal El filme se basa en la novela del mismo nombre escrita hace trece años por el escritor chaqueño Mempo Giardinell ("Luna caliente"), que debuta aquí como director y guionista junto al colombiano Méndez Restrepo. "El décimo infierno" se ubica en una ciudad nordestina de nuestro país, donde conviven Alfredo (Patricio Contreras) y Antonio (Atilio Clavo Fanti), socios de una inmobiliaria y Griselda (Aymará Rovera), la esposa del segundo y amante del primero. La relación entre Alfredo y Griselda data de tiempo atrás y por lo que observamos en el filme es puramente sexual, porque los caracteres fuertes de los dos chocan constantemente. Ante el intempestivo "¿y por qué no lo matamos? de Alfredo, se desata una suerte de torbellino pasional que convierte a los amantes en asesinos seriales. LA GEOGRAFIA La voz en off de Alfredo, no olvidemos que la historia se mantiene en la línea de la novela negra y este es un recurso muy utilizado por el género, habla de cierto determinismo geográfico, aludiendo al intolerable calor de la zona, la hipocresía de los que lo rodean, el doble discurso y en algún momento revela el odio de quien habla, por un padre golpeador. "El décimo infierno" despierta interés en su comienzo, reiterándose luego. La clásica pareja que se potencia para matar estando juntos (un caso más de las parejas letales de la realidad tipo Bonnie y Clyde) es mostrada en esta road-movie hacia la destrucción, pero lamentablemente el exceso de palabras y cierto academicismo en los conceptos, impide el fluir de imágenes, algunas de ellas excesivamente trabajadas formalmente. Hay un evidente problema de guión, que remite al problema de las diferencias entre lenguaje literario y cinematográfico. Por más bueno que sea el primero, un género diferente, exige un lenguaje diferente. Se destaca la labor de Patricio Contreras (Alfredo) rostro y espíritu de un enfermo y Aymará Rovera (Griselda), de sensual presencia y físico contundente.
Giardinelli es mejor como novelista Los protagonistas de esta película son Patricio Contreras y la neuquina Aymará Rovera en plan de amantes criminales. Tan criminales que el resto del elenco debería ser nombrado por orden de desaparición. Acá abundan los asesinatos, para colmo asesinatos a lo bestia, tanto que la calificación oficial es para mayores de 16 con reservas. La película es breve y contundente, como el libro en que se inspira, donde un agente inmobiliario, agobiado por el calor del Chaco, masacra a su socio, roba la caja fuerte y se va con la mujer del muerto, que es otra que sufre mucho el calor y poco y nada los remordimientos. Ese es el comienzo del film, que sigue prácticamente cada página del texto original, cosa lógica considerando que el novelista y el director son la misma persona. La diferencia, es que en el libro vamos apreciando mejor las reflexiones e impresiones del criminal contadas por él mismo: su desprecio al común de los mortales, sobre todo a los calmos, las razones de su metejón con la esposa del socio, el gusto de llevarse todo por delante («Chac, y a la mierda el asqueroso sujeto»), y su miserable justificación en la supuesta hipocresía de los otros, para quienes inventa un décimo círculo en el Infierno, ignorando que el Poeta ya les había asignado el octavo. Ignora, además, o lo pretende, que él y su cómplice también son duchos en el arte del careteo, y que ya se merecen también, ampliamente el segundo, el séptimo y el peor de todos, el noveno y último círculo. La película, en cambio, da vueltas sin mayor crecimiento dramático después de los primeros espantos, se queda en la mera ilustración de los crímenes y los actos libidinosos («empujándonos como tractores»), y es algo irregular en su expresión, defecto comprensible tratándose de una obra hecha por mayoría de principiantes. Sólo el codirector tenía experiencia previa en largometrajes. Bien pensado, el uso de imágenes de humo y fuego, alusivas al Infierno y también a los sentimientos que los protagonistas se profesan: «flama, llamarada, brasa, tizón. Queman como un demonio y te volvés loco a un punto tal que sólo querés apagarlos». Muy bien, Patricio Contreras y Aymará Rovera. Y para otra vuelta, la historia del dentista «que había sido diputado justicialista pero no ladrón», el estafador que amablemente infartó a un par de usureros, y otros pocos personajes del libro que milagrosamente quedan vivos.
Asesinos por naturaleza Este noir chaqueño tiene varios ingredientes del policial clásico: el narrador en primera persona, una pareja de amantes criminales dispuestos a todo y una serie de acciones con las que los protagonistas se empujan a sí mismos a un punto de no retorno. El policial es un género transitado por el cine argentino, aunque no demasiado habitual. Mucho menos esa clase de policiales en los cuales el punto de vista es el de los asesinos. El décimo infierno, ópera prima como director del escritor Mempo Giardinelli, en colaboración con Juan Pablo Méndez (basada en una novela homónima del propio Giardinelli), tiene varios ingredientes de la receta del policial clásico: el recurso de la voz en off y el narrador en primera persona; una pareja de amantes criminales dispuestos a todo para estar juntos; una huida y una serie de acciones con las que los propios protagonistas se empujan a sí mismos a un punto de no retorno. Que la historia transcurra en Resistencia, Chaco, una hoguera de vanidades talle pueblo chico, suma a la película la certeza de que el infierno que se avecina es indefectiblemente grande. Todo comienza con una cena entre amigos. Antonio y Griselda reciben en su casa a Alfredo, socio del primero, en un ambiente de confianza y distensión, de charlas sobre vinos, discos y la demora del delivery que no llega. Como en un cuadro de Hopper, la escena nocturna es seguida desde el jardín de la casa por una cámara fija, a través de las puertas de vidrio que asordinan los diálogos interiores. Sin mediar ningún cambio en su actitud, Alfredo sale al jardín, toma una pala, vuelve a la casa y sin dejar de conversar con su socio, lo golpea salvajemente en la cabeza por la espalda, frente a la indecisa pasividad de Griselda. Mientras tanto la voz de Alfredo confiesa que siempre supo perfectamente que lo que hacía era horroroso, pero que eso no lo detuvo. Del mismo modo en que todos estos detalles remiten, como se ha dicho, al policial clásico y a lo que hasta hace muy poco solía llamarse “crimen pasional”, lo que sigue a partir de ahí parece cambiar la dirección (y la intención) del relato hacia la variante psycho killers. Con Antonio desangrándose en el piso pero todavía vivo, la pareja en lugar de recapacitar sobre la barbarie cometida decide persistir en ella y Alfredo remata a su socio con una cuchilla de cocina. Enseguida llegará una vecina preocupada porque acaba de escuchar gritos en la casa y esta vez será Griselda quien no tendrá reparos en apuñalarla y pedirle a su amante (y ahora cómplice), que remate también a esta mujer. El chico del delivery que finalmente llega no correrá con mejor suerte. Como los tiburones que se desesperan con sólo oler la sangre, Alfredo y Griselda emprenderán la huida hacia el Paraguay dejando un tendal de víctimas inocentes, casi a la manera de Juliette Lewis y Woody Harrelson en Asesinos por naturaleza (pero sin los desbordes estéticos de Oliver Stone, aunque algunos hay). Muchas veces la forma en que son utilizados cinematográficamente los elementos narrativos que componen El décimo infierno conservan un estilo literario que recuerda, y casi subraya, que detrás de la película hay una novela. Sobre todo el relato en off de Alfredo, a través del cual pueden saberse los detalles de la historia, y la mayoría de los diálogos. Por desgracia esa “literariedad” vuelve a muchos de esos diálogos poco naturales, artificiosos antes que artificiales, quitándoles potencia a los momentos de intimidad en los que estos dos sádicos amantes se van revelando mutuamente las diferentes capas de su locura. Una prueba de la eterna dificultad de adaptar una obra literaria al cine, ya que no siempre lo que resulta verosímil en la lectura conserva esa característica al cambiar su género narrativo. Es esa falta de realismo cinematográfico lo que debilita incluso el humor negro que se percibe en las acciones absurdas que cometen Alfredo y Griselda. Una lástima, porque la historia no es mala.
Dos especialistas en matar sin sentido El fuego, el calor chaqueño... y la locura. En esas palabras parece justificarse El décimo infierno , obra del escritor, periodista y guionista Mempo Giardinelli quien, junto al realizador colombiano Juan Pablo Méndez Restrepo, debuta en el rol de director. La trama se centra en Alfredo (Patricio Contreras), un divorciado cincuentón, soez, que cree que puede llevarse al mundo por delante. Junto a Griselda (Aymará Rovera) construye una relación clandestina de dos años a espaldas de Antonio, su amigo y socio inmobiliario. Hasta ahí todo “normal”, y el protagonista se pregunta “¿Por qué Antonio acepta ser cornudo y jamás dice nada?”. Los directores reiteran en relacionar las altas temperaturas con las reacciones violentas. “De pronto uno enloquece”, enuncia en off Alfredo. Y, pala en mano, asesina a traición a Antonio en presencia de su infiel mujer. En vez de buscarle una salida rápida al asunto (ocultar el cuerpo, llevarse el dinero), la vivienda es el primer escenario de un raid criminal sin sentido. O sino cómo se entiende que la pareja deja pasar a una vecina a la casa porque oyó ruidos y es acuchillada. O un delivery boy es ultimado de un tiro sin ingresar a la vivienda. Salidas y recursos inofensivos, poco efectivos. De allí en adelante la estirpe asesina de los amantes irá in crescendo sin valores morales ni planificación alguna. Todo será en caliente, en la ruta, espontáneo, donde la ley brilla por su ausencia y no se comprende cómo no son atrapados. Presas de la paranoia más que del peligro, la pareja buscará fugarse al Paraguay (increíble el proceso de coima con el lanchero y un oficial corrupto enfrente) con Brasil como destino final. El sexo ocasional en distintas locaciones, un argumento escaso con recursos repetidos (caso el cigarrillo encendido como mecha del Mal) y la absurda cosecha de muertes dibuja un panorama predecible del cual ni el más vil podría escapar, pero ellos sí. Solo estarán atados a su propia desconfianza. Y a la sangre, que todo lo salpica. Y arruina.
La película es de Mempo Giardinelli y el realizador colombiano Juan Pablo Menendez Restrepo, con Patricio Contreras y Aymara Rovera, Rodada en el Chaco, es la historia de un amor desatado que provoca un reguero de muerte con destino inevitable, porque habitan ese infierno del título que no tiene retorno. Bien actuada, bien llevada, atrapa al espectador
Esta película producida y realizada como un telefilm en coproducción con Canal Encuentro marca el debut cinematográfico del escritor Mempo Giardinelli que, convencido de la fuerza y calidad de su novela "El décimo infierno" (un relato policial en el cual se realiza una analogía con los círculos del infierno planteados por El Dante), adapto y dirigió el mismo. Así es como el escritor traslado su novela a un formato muy distinto sin considerar, tal ves, la real dimensión de los códigos del lenguaje cinematográfico, para lo cual recurrió al documentalista colombiano Juan Pablo Méndez Restrepo en una colaboración que no resulto en un producto muy acertado. La acción comienza cuando Alfredo (Patricio Contreras), quien mantiene una relación oculta con la mujer de su socio y aparente amigo, le propone a su amante (Aymará Rovera) deshacerse del marido. A partir de allí, las cosas tomarán un curso que sumirá a sus personajes en una especie de road movie violenta por las rutas del norte y el litoral argentino. Es destacable la labor de Patricio Contreras y Aymará Rovera que cargan sobre sus espaldas el enorme esfuerzo de encarnar unos personajes con una relación extraña y enfermiza pero cuyos realizadores no lograron dar forma del todo en el guion. Con buena química y escenas de gran intensidad, pero desaprovechados en muchas otras. Hay un trabajo de montaje muy interesante con cierto estilo que pareciera homenajear, por decirlo de alguna manera, al cine de Tarantino o Robert Rodriguez. Con algunos encuadres sugerentes y bien logrados pero con un exceso de planos cortos que dramáticamente no aportan a la trama y un abuso del plano detalle del cigarrillo que se consume. El ambiente húmedo y denso del Nordeste argentino complementa muy bien una composición visual donde el fuego y el calor ocupan un lugar primordial, con planos de fogatas, humo y los ya mencionados cigarrillos como una metáfora del infierno al que los personajes se van aproximando. Pero la falta de personajes consistentes, la excesiva reiteración de planos que terminan distrayendo la trama y la innumerable cantidad de situaciones inverosímiles que evitan la empatía del publico con la historia, hacen que El decimo infierno mas allá de entretener deseamos que llegue antes. La semana anterior asistimos al estreno de Las ventajas de ser invisible, opera prima de Stephen Chbosky quien también adapto y dirigió su novela. Siete días tardo la taquilla local en mostrarnos el cielo y el infierno.
Esta película fue pensada para ser un telefilm, por lo que en su realización y su montaje resulta evidente un lenguaje más televisivo que cinematográfico. Esta particularidad también hace que en el desarrollo actoral el peso dramático esté depositado mayormente en uno de los protagonistas, en tanto al otro integrante se le dé fuerza de partenaire. En este caso es Patricio Contreras quien con su rol de Antonio asume la carga de la línea dramática, y no sólo lo hace con solvencia sino con un despliegue que hace intuir que sus propios aportes como intérprete fueron importantes en la construcción de su personaje. Aymará Rovera cumple su función de partenaire a la perfección al jugar sus situaciones con la medida precisa para que su personaje de Griselda jamás se desborde. Volviendo al tema del lenguaje televisivo, es obvio señalar que el resto de los personajes están en función del desarrollo dramático de los protagonistas por lo que se aprecia a los actores de los roles secundarios cumpliendo con el standard actoral de composición, seguramente marcados por Juan Pablo Méndez para que no contrarresten el “crecendo” de las situaciones. A lo largo de la proyección se encuentran escenas con un fondo musical que pasa de ser incidental a inductivo por lo que desborda las situaciones. Conclusión El espectador se sentirá atraídos por esta “road movie” porque la mayoría del público argentino está habituado al lenguaje de televisión para contar historias de amor y muerte. Los cinéfilos, alejados del lenguaje del telefilm, encontrarán que está película independiente adolece de falta de producción, aunque éste cronista conoce las dificultades de financiación que, a lo largo de mucho tiempo, tuvieron sus productores hasta que pudieron lograr su realización.