La sinopsis de este opus del cine argentino tiene tanto de atractivo como de riesgoso. Sin embargo, el caso de El dedo, largometraje debut de Sergio Teubal, marca una feliz diferencia con otros trabajos de la pantalla local, que no siempre afrontan ambas características de la manera más feliz.
La trama nos ubica en el año 1983 y en un pequeño pueblo cordobés que ha llegado a alcanzar los 501 habitantes, lo cual lo transforma en comuna y habilita para celebrar elecciones comunales. El maquiavélico juez de paz del lugar (Gabriel Goyti) intenta capitalizar la situación y continuar así con el poder que ya detenta, algo que parece nublarse cuando un popular y extraño habitante del paraje, Baldomero (Martín Seefeld) decide hacerle frente.
¿Y el dedo en cuestión? Hace su aparición protagónica luego de la muerte de Baldomero, que dispara sospechas pero, también, el bizarro juramento de su hermano (Fabián Vena) que corta el índice del malogrado al grito de "al que hizo esto lo voy a estaquear en cuero y le voy a meter este dedo en el culo".
A partir de allí se dispara una situación digna de Twilight Zone, en la que el dedo conservado en un frasco con formol se transforma en gurú de la población del lugar, lo cual repotencia los celos del juez capanga.
Se trata de una comedia de perfil costumbrista (la vida de un pueblo del interior, el comercio de ramos generales atendido por Vena, el carnicero machazo, el comisario corrupto, los chismes) pero con toques brillantes y un realismo mágico freak saludable y lejos de cualquier intención berreta de hacer poesía con elementos incompatibles. La frescura del relato y las buenas artes de la dirección y el elenco son puro placer, para un título que no marcará un antes y un después pero que perdurará como una buena excepción a la regla de las comedias argentinas malogradas.