Doloroso drama de un jugador compulsivo
No todas las películas buscan la simpatía del público. La que aquí vemos es amarga, dolorosa, ácida, sincera, su personaje central es odioso, los demás irritan o dan pena, porque así es la historia. No busca la simpatía, sino la aceptación de una realidad torturante, acaso el propio exorcismo del autor y del espectador frente al miedo a caer y seguir cayendo.
El protagonista es un jugador compulsivo, autodestructivo, sin suerte ni mayor talento. Por las apuestas se endeuda, por el resultado de las apuestas descarga su bronca en la familia. No puede hacerlo en el trabajo, porque es un mero empleaducho de oficina, ni en la calle, porque es un infeliz al que cualquiera le gana. Víctimas directas son su esposa, tan bonita que asombra ver cómo la descuida, y su hijo, abandonado a sí mismo. Un piso más arriba están la madre, a quien respeta pero no obedece, y la hermana, que no lo respeta ni lo obedece. También la mujer le perderá el respeto, cuando encuentre un tipo más atento y con dinero (no importa que sea casado).
La acción transcurre a comienzos de los 50, muy bien ambientados por la directora de arte Catalina Motto, con voces y cortinas radiales de la época que contribuyen a la sensación de verosimilitud (y también a la emoción del recuerdo en el público mayor), y los intérpretes dan justo el modo de la gente común de entonces, según la veía el autor de la novela original, Torre Nilsson, cargada de amargura y fielmente adaptada por su hijo Javier.
Esto es así. Torre Nilsson, él mismo un adicto a los burros, escribió su novela cuando joven, unos meses que andaba sin trabajo y los hijos eran chicos. Después comenzó su racha de películas prestigiosas, la publicó en 1964 (Jorge Álvarez Editor, una sola tirada), y siguió adelante. Su hijo Javier encontró un ejemplar hace poco, en una librería de viejo, y en sus páginas se reencontró con las figuras de su infancia y los fantasmas de su padre. El histórico ayudante de dirección y coguionista de este último, Rodolfo Mortola, ayudó en la adaptación. Los diálogos, los caracteres, las situaciones, la mentalidad prejuiciosa y mezquina visible en esos tiempos, todo eso fue entonces llevado a la pantalla, de modo claramente reconocible.
Adrián Navarro, bien en porteño de antes, Rafael Ferro, en papel de niño bien con suerte en el amor, Romina Gaetani, esposa sufrida que se va animando a liberarse, Norma Argentina y Julieta Cáceres, como la madre y la hermana, son los principales intérpretes, todos elogiables. Único reproche, la sábana que oculta el final de la espalda de Gaetani en su mejor escena de sexo. Quien pague para verla totalmente desnuda, pierde.