Lánguidas criaturas de la noche
Presentada el año pasado en la sección Vanguardia y Género del Bafici, la ópera prima en solitario de Martín Desalvo (codirigió, junto con Vera Fogwill, Las mantenidas sin sueños) trabaja sobre uno de los mitos fundacionales del terror literario y cinematográfico. Sin embargo, no se la puede categorizar como film de terror, en tanto su propósito no es asustar, ni siquiera conmocionar al espectador. En ella la temática del vampirismo se presenta siempre aludida, difuminada, fusionada incluso con elementos disímiles, como es la atracción entre dos chicas, y tratada mediante una estética muy asimilable con la de cierto cine independiente. Heterodoxia digna de ser saludada, aunque los resultados no sean del todo logrados.
Nomás aparecer Anabel –el cabello negrísimo, la piel pálida, un aire general de tristeza– se comprende a qué refiere la oscuridad del título. A Anabel (nombre que resuena a la fúnebre Annabel Lee, de Poe) la trae en brazos un desconocido, que la deposita a las puertas de una cabaña. Ubicada en medio de un bosque y cerca del mar, en un paraje que se adivina sureño, allí vive, junto a su padre médico, Virginia, prima de Anabel. El padre de Virginia acudió al llamado del padre de Anabel, cuya otra hija ha enfermado gravemente. Virginia (Mora Recalde) da refugio a la prima (Romina Paula), la atiende y acompaña. No se ven desde hace tiempo, son casi dos desconocidas, y pronto se instala entre ambas una tensión no por asordinada menos perceptible, que no es difícil vincular con lo sexual. Mientras tanto, cosas raras empiezan a suceder: Anabel desaparece de su cuarto por las noches, la ventana abierta de par en par, y en las inmediaciones mueren primero desangrados algunos animales, más tarde algunas vecinas.
La referencia a Poe no es casual: hay un aire melancólico en El día trajo la oscuridad, que cuenta con guión de Josefina Trotta. Anabel tiene la tristeza de quien se sabe maldita o condenada. Como en Poe, como en todos los románticos, el ambiente la acompaña: cielos encapotados, oleajes nocturnos, el desolado bosque, lúgubres despeñaderos que caen al mar. Densamente filtrada, de modo de oscurecer ese ambiente todo lo posible, la fotografía de Nicolás Trovato hace lo suyo. Se esparcen, de modo clásico, signos de lo sobrenatural: las huidas nocturnas de la forastera, un pajarito desangrado en el bosque, el relicario “sagrado” que la dueña de la despensa (Marta Lubos) le entrega a Virginia como defensa, las noticias de chicas que aparecen “secas” de sangre en el pueblo. En paralelo, la lenta ceremonia de acercamiento entre las primas: las miradas, un vino nocturno, un tema en el tocadiscos, un baile, los rostros que se rozan.
El problema es que todo eso (donde se percibe también, como influencia mayor, el clima desolado del film sueco Criatura de la noche) no termina de cuajar. Quizá por exceso de elipsis, El día trajo la oscuridad cae en una languidez en la que se extrañan la presencia de la sangre, el salvajismo, la brutalidad. Componentes todos de la naturaleza dual de la mujer-vampiro. No se hace pie en el acontecimiento sangriento (la persecución, el ataque, el mordisco), pero tampoco se hace denso un clima que apunta a serlo. Bien filmada, editada y planificada, la ópera prima de Martín Desalvo no está, finalmente, bien actuada. Los actores parecen librados a su suerte, sobreactuando alguno, subactuando otra.