Una buena propuesta bien realizada rescata a una temática muy bastardeada
Con mucha sutileza hacia el género del terror arrancaba una joven Kathryn Bigelow como directora de su segunda película, “Cuando cae la oscuridad” (1987). En aquella oportunidad el clima iba creciendo en tensión mientras se insinuaba el mundo vampírico, pero la clave estaba en el manejo y la dosificación de los elementos que iban acrecentando la posibilidad de comprobar que eso que intuíamos era cierto. Para entonces la definición de la obra se decantaba por sí misma hasta llegar al clímax.
Como en aquella suerte de road movie nocturna con pandillas, “El día trajo la oscuridad” comienza con el personaje principal en estado de soledad (no en desamparo ni abandono) en un marco campestre donde la quietud y la amplitud del paisaje potenciada, por el tamaño de la casa en la cual vive y la fragilidad frente a lo desconocido, se vuelven factores que van operando como pistones del motor impulsor de cierta tensión, cierta incomodidad, frente al proceso de la información que nos entregan las imágenes (gran trabajo fotográfico de Nicolás Trovato).
Por circunstancias bien justificadas (acordes al género) Virginia (Mora Recalde) queda al cuidado de la enorme casa en la cual vive con su padre, médico del pueblo con bastante trabajo últimamente pues la región en la cual viven está siendo azotada por una extraña enfermedad, dicen que es rabia. El hombre tiene que ausentarse pues la hija de su cuñado se contagió y debe salir a ayudar. En brazos de un remisero llega su prima Anabel (Romina Paula) quien parece tener los mismos síntomas: duerme de día y de noche se desvela al punto de necesitar abandonar la casa y deambular por el bosque. Obviamente, será la relación entre ambas el disparador para empezar a develar el misterio mientras se suceden algunos toques sutiles, sugestivos, que alimentan el suspenso, el erotismo y, por qué no, el drama psicológico.
Martín De Salvo anda con pies de plomo como narrador. Se toma el tiempo necesario para que la imagen cuente y las actuaciones crezcan. De hecho, al no contar (Argentina) con actores del género (o muy pocos que lo hagan creíble) se atiene a un registro natural, casi teatral, al cual él mismo le adosa con la fotografía, el sonido y la ambientación todo lo necesario para que la cosa funcione. El mérito es mayor pues, a diferencia de la industria del país del norte que soluciona todo con efectos de sonido y música estridente, el director confía en su propuesta estética y en lo que la propia naturaleza le provee como marco geográfico para contar su historia. Tampoco hay litros de sangre ni formas estrambóticas de matar, ni diálogos innecesarios. Todo en su dosis justa para convertir a “El día trajo la oscuridad” en un sólido motivo para creer que con buenas ideas bien ejecutadas el género tiene un buen exponente. Y el cine también.