DÉJAME SALIR
Un brote de rabia se extiende por la Costa. Anabel llega desmayada a la casa de Virginia, una prima a la que casi no conoce. Está rara, no come, parece anémica y duerme durante todo el día. Algo parecido a lo que le pasó a su hermana Julia que agoniza víctima de una enfermedad tan repentina como letal.
El invierno es frío y ventoso y la casa está lejos de un pueblo desolado en el que sobreviven un teléfono público, una calle de tierra, una despensa…
Puertas adentro, la relación entre las primas basculará entre el rechazo y la atracción. Puertas afuera, los personajes serán otros: un acantilado, el bosque de Chapadmalal, el mar, las ramas agitadas por el viento y el cielo, ominoso y vital, como salido del lienzo de un pintor del romanticismo.
“¿No querés quedarte acá? Pensalo, estás invitada”. La criatura ha sido invitada pero Anabel (una Romina Paula que parece aquí una versión local de Rooney Mara, por momentos más maquinal que gélida) necesita salir. Quizás de manera irreversible su lugar está ahí afuera, donde los animales aparecen muertos y las personas son disecadas vaya uno a saber por qué y por quién.
Habiendo pasado por Rotterdam, el BAFICI, el Festival Internacional Unasur y con un reparto que proviene del teatro off en el que se destaca Marta Lubos como la dueña de la despensa, “El día trajo la oscuridad” es ante todo una película física. Los primeros planos de las protagonistas, su pregnancia sonora y los logradísimos exteriores nocturnos se combinan para generar un festín sensorial que permanece con el espectador incluso después de los créditos.
Aun con sus fallas narrativas y actorales, Martín De Salvo, que ya había codirigido junto a Vera Fogwill “Las mantenidas sin sueños” en 2005, entrega una película que remite a la sueca “Déjame entrar”. Quienes hayan visto la obra maestra de Tomas Alfredson sabrán que no es poco.