Otros caminos para el terror local
Virginia (Mora Recalde) es una joven solitaria que vive con su padre en una posada aislada, cerca de un bosque sombrío que limita con un mar agitado y acantilados ríspidos. Mientras llegan versiones de una peste que ataca a los animales del lugar, su padre se marcha para ayudar a un cuñado sobrepasado por la enfermedad de una de sus hijas, quien parece estar gravemente afectada de leucemia. Entonces, se produce la inesperada visita de Anabel (Romina Paula), hermana menor de la prima enferma, que también acusa síntomas de una debilidad extrema. Su presencia activa una seguidilla de acciones extrañas.
Entre Virginia y Anabel irá creciendo una relación veladamente erótica, mientras el afuera y el adentro se tornan cada vez más desasosegantes, en el devenir de una corruptibilidad general del cuerpo social y natural, sutil pero indetenible.
Sin descartar guiños a los mejores lugares comunes del terror vampírico, la historia se desmarca del género y se corre hacia el cine de autor. La puesta en escena busca la recreación de lo siniestro, eludiendo mostrar abiertamente los aspectos salvajes y sangrientos. La estrategia narrativa se apoya en la banda sonora y en imágenes veladas o sugeridas, con un trabajo metódico admirable del encuadre y la luz.
Se vale de recursos tan simples como una casa rodante abandonada en el bosque, el paisaje hostil o un cuarto donde el empapelado barroco parece continuarse en las floridas sábanas de un lecho femenino. Ese trasvasamiento donde se borran los bordes acentúa la alternante atmósfera onírica que participa también de los sueños sobresaltados de Virginia, angustiada por la transformación de los lugares cotidianos en peligros acechantes y oscuros.
Atracción prohibida
El guión se desliza por los pasadizos de la psicología hacia la tensión sexual entre las primas. Mientras las protagonistas se aproximan en el interior de la casa, afuera se multiplican los
animales desangrados y los murmullos sobre muertes a causa de una enfermedad indeterminada. La organización de la trama no busca develar un enigma, sino más bien dosificar una evidencia. Desdobla la atención entre las zonas oscuras del vínculo y el difuminado relato de terror. El eje siempre se mantiene sobre la intimidad de Virginia y Anabel, cuyos románticos nombres son una referencia al universo de Edgard Allan Poe, con frágiles heroínas de palidez mortecina y siluetas lánguidas. Como ellas, las protagonistas se mueven oprimidas por un clima victoriano reprimido pero al mismo tiempo atravesado por el eros, lo sobrenatural y el temor de lo que no puede controlarse.
Siempre, por debajo del cuento atemorizante, se entrevé la angustia de una unión prohibida y con sentencia de muerte, en tanto el vampiro debe ser destruido para evitar su propagación. De todos modos, el relato parece quedarse sin resto hacia su desenlace y deja la sensación de un final exangüe al que le falta una mayor contundencia: literalmente la historia se desangra.
La navaja invisible
Más naturalista y psicológica que sobrenatural y terrorífica, la película de Desalvo, de cualquier modo, opera sobre la omnipresente amenaza de lo siniestro. Instala climas enrarecidos que acompañarán la sugestión de algo innombrable que se gesta fuera de plano. En este cine a pura atmósfera, la información se va dosificando en cada plano inquietante y perturbador, más revelador que las escasas palabras dichas. Es una película difícil de encasillar, está narrada desde el hiperrealismo y juega muy fuerte con el fuera de campo: la navaja afilada está del lado no visible, por lo que se ven los efectos pero no la causa. La construcción narrativa de la película puede resultar desconcertante para el espectador que espere “otra más de vampiros” clásicos o aun aggiornados como los de la saga “Crepúsculo”. El joven director (conocido por su ópera prima “Las mantenidas sin sueño” y su factura de algunos capítulos de la serie “Mujeres asesinas”), traiciona las expectativas de lo obvio, con su opción por una puesta distante, incómoda.
Operando a pura marca y desmarca de los códigos de género, el film tiene el mérito indiscutible de un cine nacional que se anima al terror aunque de una manera más ardua, creativa y austera.