Bebe de mi sangre
El director Martín Desalvo y la guionista Josefina Trotta se unieron para regar con sangre el suelo poco fértil del terror nacional. En conjunto dieron a luz un relato vacilante en El día trajo la oscuridad, con sus raíces afianzadas en el thriller y secuencias narrativas que se disparan intencionadamente hacia otra parte.
Haciendo honor al título, la trama se inaugura con la interrupción de la monotonía diurna de Virginia por la extraña visita de su prima. La oscura Ana arriba al fantasmal pueblo sureño en brazos de un remisero que la trae desmayada, y activa con su llegada una seguidilla de acciones extrañas.
La elección de las locaciones y el trabajo de fotografía generan la atmósfera propicia para el desarrollo de una dinámica terrorífica. Pero en lugar de clavar sus colmillos en esa línea, el guion se desliza por los pasadizos de la psicología hacia la tensión sexual entre las primas, dejando los incidentes sanguinarios apenas insinuados. Mientras las protagonistas se aproximan en el interior de la casa, afuera se multiplican los animales desangrados y los murmullos sobre mujeres que mueren a causa de una enfermedad indeterminada.
Si bien la aparición de los padres en mitad del relato funciona momentáneamente como un contraindicio, resulta difícil apartar las sospechas de Anabel, tal y como se sugiere desde el inicio. La organización de la trama no busca develar un enigma sino más bien dosificar una evidencia: todos los hechos oscuros son producto del accionar de una descomunal vampiresa.
Con actuaciones entre sombrías y tensas, lo que sostiene a esta película con un final quizá demasiado autoanticipado es la eficacia en la configuración de los climas y la partición de la atención entre las zonas penumbrosas de una relación y el difuminado relato de terror.
Y tal vez esa bifurcación no sea necesariamente un error narrativo, sino la estrategia de la que bebió un grupo de creativos para tratar de descoagular a los arcaicos y repetitivos cuentos de vampiros.