"El engaño": espiral de descenso a diversos infiernos
Aun con alegorías algo gruesas y retorcidas vueltas de tuerca, el director logra que el relato se vuelva atrapante.
Coproducción franco árabe de origen tunecina, El engaño resulta un híbrido construido sobre diversas superposiciones entre Oriente y Occidente. La película comienza con los Ben Youssef disfrutando de un fin de semana en el campo con amigos. Fares y Merien son una pareja cuyo hijo de 10 años Aziz viene a completar el modelo de la perfecta familia feliz. De regreso a casa, viajando por una ruta que atraviesa el desierto, el auto familiar queda en medio de una emboscada terrorista y apenas consigue huir, aunque no sin consecuencias: una bala perdida alcanza a Aziz, comprometiendo gravemente su hígado. A partir de ahí comenzará una deriva trágica que pondrá patas para arriba la vida de los tres.
Desde lo argumental, ese comienzo muestra a los protagonistas llevando una vida occidentalizada. No hay velos, burkas, ni diferencias notorias entre hombres y mujeres, se cuentan chistes religiosos, se bebe alcohol, se habla francés. Nada parece dar cuenta de una tradición árabe radical en el círculo en el que se mueven los Ben Youssef. Incluso la acción podría transcurrir en alguna estancia de la campiña francesa. Sin embargo, cuando el drama se desata también comienza un espiral de descenso a diversos infiernos, que revelará de forma progresiva todo lo que había sido eludido o permanecía oculto en aquellas primeras escenas.
En términos narrativos es posible identificar un esquema en el que ambas visiones del mundo también conviven y, por momentos, chocan o se contraponen. De esa manera, si el comienzo es asimilable a las formas del cine occidental (en especial al de cierto cine naturalista francés), a medida que el relato avanza se van haciendo visibles otros modos que hacen pensar en las formas de representación de la cinematografía árabe. No es extraño que este tipo de cruces tengan lugar en una película de Túnez, uno de los países más progresistas dentro del mundo árabe, por delante de algunos de sus vecinos en el norte de África.
Para la mirada crítica, El engaño (título local que muestra más de lo que sugiere el original Un fils, Un hijo) también presenta un carácter dual. Por un lado pretende abarcar demasiado, recorriendo todo el arco de preocupaciones de la progresía árabe. Aspiración que incluye alegorías algo gruesas y genera no pocas situaciones que tienden a la gratuidad o el exceso. En ese terreno, la labor del cineasta tunecino Mehdi Barsaoui llega a recordar por momentos al cine del mexicano Alejandro González Iñárritu y su moralismo de alto impacto (ver Babel, 2006). Con todo, el director logra que el relato se vuelva atrapante, incluso con las retorcidas vueltas de tuerca que les van cortando las salidas a Fares y Merien. A pesar de eso, y acá radica la gran diferencia con Iñárritu, Barsaoui construye una escena final delicadamente conmovedora y empática con sus personajes, que lo redime de haberlos hecho pasarla tan mal durante 90 minutos.