Pueblo chico, infierno grande". Frase más que trillada si las hay, pero afortunadamente las historias que pueden enmarcarse en ella son prácticamente infinitas. El Eslabón Podrido, de Valentín Javier Diment (La Memoria del Muerto; El Sistema Gorevisión) se presenta como uno de los exponentes locales más logrados sobre esa premisa.
En un pequeño pueblo conviven unos pocos habitantes, con funciones muy específicas: está Ercillia, la curandera (Marilú Marini), madre de Roberta; la prostituta (Paula Brasca); el tonto del pueblo, Raulo (interpretado por Luis Ziembrowski); el cura (en la piel del propio Diment); los dueños de la cantina; una pareja de ancianos; etc.
Mediante acciones al principio banales, cotidianas (la historia tiene giros, pero ésta es una de esas películas que mejor no mencionar nada sobre la trama), se van construyendo fuertes relaciones entre todos los personajes, donde lo no dicho y lo oculto tienen un peso muy grande. A través de la conveniencia de aceptar estos silencios y de ocultar deseos e intenciones, se van dibujando diferentes climas tensos, espesos, macabros, cargados de un sexo siempre latente que inquieta, intimida, incomoda.
El primer gran acierto del universo construido en la cinta es que este pueblo no presenta ubicaciones espacio temporales precisas: como no sabemos dónde queda ni en qué época exacta estamos, no hay elementos que nos distraigan de esas relaciones humanas donde verdaderamente hay que poner el foco de atención.
Lo que podría tener de pintoresco este costumbrismo rural desaparece en detrimento de lo sórdido y lo retorcido: todos los elementos juegan en favor de ello. Son destacables el arte, el vestuario y, sobre todo, las actuaciones. Con una impecable interpretación de Ziembrowski a la cabeza, nadie desentona: todos los pequeños gestos son pequeños, las sutilezas son sutiles; cada uno de los actores ha comprendido tanto su personaje como el código general de la cinta y es uno de los principales motivos por el cual el clima no presenta fisuras. Como en esas películas de terror donde el niño inocente es lo más aterrador, el personaje de Raulo, con su retraso mental, su presencia, su transitar, es quien personifica el peligro latente, la bomba a punto de estallar. Y cada intérprete, a su vez, le sabe imprimir a su personaje una impronta personal que los aleja de estereotipos y los convierte en seres tan reales como misteriosos.
La cinta genera la sensación de estar asistiendo al origen de una fábula, a una suerte de leyenda urbana relacionada con la sexualidad, con la moral, principalmente en boca de Ercilia, quien le advierte a Roberta que en el momento de tener sexo con el último habitante del pueblo, morirá. Y que eso suceda o no pone en el tapete la decisión como mujer de poder elegir con quien acostarse, a pesar de ejercer la prostitución.
La película desembarcó hace poco en salas comerciales, pero supo tener una excelente trayectoria festivalera: se llevó el premio del público en Sitges y pasó por Fantaspoa, Mórbido Fest e incluso el Blood Windows de Cannes, entre otros.
El titulo da lugar a múltiples interpretaciones: "El Eslabón Podrido" pueden ser Raulo y sus deficiencias. O puede ser Roberta, con su belleza y su sexualidad. O incluso, a modo más universal, lo potencial que escondemos dentro de cada uno de nosotros puede ser un eslabón podrido que, si estalla, fractura una cadena de convenciones, de silencios y de conveniencias en la falsa armonía dentro de la cual vivimos.
VEREDICTO: 8.00 - PERTURBADORA
El Eslabón Podrido no es una película para cualquiera. Hay que saber aguantar la tensión y la incomodidad que transmite, pero por otro lado, su principal virtud es saber, justamente, cómo generarlas.