Feos, sucios y malos
En apenas 72 minutos, Valentín Javier Diment construye un cuento contundente y truculento acerca de un pueblo promiscuo.
El afiche de El eslabón podrido dice “un cuento algo truculento” y la clave no está en lo truculento sino en su carácter de cuento. Si pensamos en un largometraje como en una versión audiovisual de una novela, con su trama, subtramas, personajes secundarios y diversidad de ideas, la película de Valentín Javier Diment es efectivamente un cuento: en sus breves 72 minutos apenas se dedica a contar una anécdota, un hecho preciso con sus antecedentes y sus consecuencias.
La sencillez, la concisión y la contundencia son las tres grandes virtudes de esta fábula que, sí, también es muy truculenta. El escenario es el de un pueblo minúsculo de apenas seis o siete casas. En una de ellas vive Ercilia (Marilú Marini) con sus dos hijos: Raulo (Luis Ziembrowski), un hombre con retraso mental que corta leña y la vende a los vecinos, y Roberta (Paula Brasca), prostitua que tuvo sexo con todos los hombres del pueblo, menos uno.
El prostíbulo donde trabaja Roberta es el lugar de reunión de todo el pueblo. Allí se cruzan no sólo los hombres: también las mujeres y hasta el cura (interpretado por el propio director). La truculencia empieza ahí. El pueblo es curiosa y desatadamente promiscuo, todos sus habitantes son perversos, violentos y viciosos, al punto tal de que esa madre que explota sexualmente a su hija, en comparación, parece cariñosa y decente.
Entre el humor negrísimo y el sexo disfuncional, el cuento construido por Diment junto con los coguionistas Sebastián Cortés y Martín Blousson avanza hacia un final con vuelta de tuerca argumental y de género. Conviene no adelantar nada, sólo consignar que los últimos diez minutos son una fiesta.
La realización es prolija, aunque se ve un poco estropeada por una música demasiado invasiva y un acordeón insoportable. Y resulta una pena, también, que el Raulo de Ziembrowski no termina de ser todo lo bestial que debería. En él descansa todo el drama, en las inflexiones de su rostro se esconde una bomba con su impercetible tic tac, y sin embargo nada de esto se percibe hasta que todo termina por explotar. Probablemente no sea culpa de Ziembrowski -un gran actor- sino de la direccion o incluso del casting.
Diferente es el caso del resto: los habitantes del pueblo son feos, sucios y malos -por fuera y por dentro- y cada uno de ellos se luce aunque sea en una breve escena. Resulta sobresaliente una en particular con Marilú Marini y la extraordinaria Susana Pampín: apenas un diálogo repleto de violencia y locura contenidas. La imagen del bebé en el chiquero, aún sin verla, es difícil de olvidar. Mérito de los guionistas y de Marini, pero también del rostro de Pampín mientras la escucha.
El eslabón podrido es imperfecta y peculiar. Ganó el premio del público en Sitges, el festival más importante para las películas de género fantástico o de terror, y se presentó en una noche especial en el último BAFICI. Pero no es estrictamente de terror, no del todo, y mucho menos es una película que uno esperaría ver en un BAFICI. La última película de Valentín Javier Diment es un OVNI monstruoso, incómodo y muy divertido.