Bienvenidos a El Escondido
Si tenemos en cuenta la filmografía del director Valentín Javier Diment (La memoria del muerto, El sistema Gorevisión) podemos interpretar a su nueva realización presentada en el 68 Festival de Cannes como una fábula de terror. Pero la película protagonizada por Luis Ziembrowski es más que eso: es una sombría visión acerca de las organizaciones sociales que estallan en violencia por la hipocresía que manejan.
Ziembrowski es Raulo, un leñador retrasado mental que vive con su madre (Marilú Marini), en estado senil y su bella hermana (Paula Brasca), la prostituta del pueblo “El escondido”. El hombre ofrece sus servicios casa por casa en un circular trayecto que marca su rutina diaria. Cada casa sigue un estereotipo familiar: los músicos, el hombre que golpea a su mujer, la pareja de ancianos, la dueña del bar, terminando con el cura que manipula a todos para mantener el orden ocultando las intenciones oscuras detrás de las personas. Pero hay una maldición asociada al destino: si la prostituta se acuesta con todos los hombres del lugar su vida corre peligro. Debe evitar tener sexo con un hombre, aunque no sabe quién. La desgracia se desata en la hermana de Raulo propiciando la tragedia de los habitantes del lugar.
La maldición en cuestión se desarrolla en la segunda mitad de la película. En la primera, el director de Parapolicial Negro: Apuntes para una prehistoria de la triple A (2010) se dedica a describir vicios y costumbres del pueblo El escondido, rompiendo con la honesta imagen de los humildes personajes del campo. En este pueblo nadie es bueno o puro -salvo Raulo por su retraso mental- todos son seres malditos que esconden algo relacionado a sus intereses de explotación hacia otros. Desde el cura, pasando por cada integrante de la comunidad. El orden es una imagen de civilización sostenida a fuerza de hipocresía.
En esa genial y crítica parábola social, Diment desarrolla un particular sentido del humor y una pesimista visión social, enriqueciendo su discurso fílmico desde el género de terror, utilizado sólo en función del relato y no como mero efectismo. Estamos hablando del slasher final, que surge como una olla que se destapa a presión.
A El eslabón podrido hay que entenderla desde la conjunción de sus distintas aristas y no como un todo que sigue las reglas de un género. De hecho es la puesta en crisis de las reglas aquello que destaca su particular moraleja final.