Un pequeño relato que gana en suspenso a medida que avanza la narración es “El eslabón Perdido” (Argentina, 2015) de Valentín Javier Diment (“Parapolicial negro,apuntes para una prehistoria de la triple A”, “La memoria del muerto”, “El sistema Gorevisión”), que además se anima a jugar con varios géneros con una fuerte impronta anclada en la tradición de filmes rurales.
En esa impronta, que recupera el campo y lo rural como espacio para desarrollar el relato, Diment imaginó un pequeño pueblo aislado del mundo llamado “El escondido” en el que una mujer será el objeto de deseo y de contienda de todos.
A partir del derrotero de ésta (Paula Brasca), su hermano (Luis Ziembrowski) y su madre (Marilú Marini) sacan partido de la belleza única que posee y la obligan a prostituirse en el único aguantadero del lugar, no sin antes advertirle la importancia de evitar estar con “todos” los hombres del pueblo, ya que, de pasar esto, una siniestra maldición ancestral recaería sobre ella.
Cuidándose, y tratando de evitar que la amenaza se cumpla, cuando no está con los hombres, obligada, muy a su pesar, la joven atiende a su madre, quien en un estado senil se comporta de una manera irregular, exigiendo y pidiendo atención, ayudando y colaborando para que ella y Raulo (Ziembrowski), tengan un futuro mejor, a pesar de las pocas posibilidades.
Pero en “El Escondido” se cumple esto de “pueblo chico, infierno grande” y a la corrupción de las autoridades policiales, se les suma la Iglesia, con un padre poco adepto a los usos habituales del hábito, aprovechando cada oportunidad que tiene para dejar en mala posición a la institución.
“El eslabón podrido” además de ser leída en clave de relato sobre mitos rurales, con figuras arquetípicas y estereotipos, explora el deterioro de las clases, con su arraigada necesidad de hablar sobre lo “podrido” de la sociedad, sobre sus miedos, sus incertidumbre y su corto horizonte de expectativas ante la decadencia de los vínculos.
Si la joven bella es el futuro, claramente Diment la ubicará en una posición secundaria frente al pueblo, el que se mueve de manera rutinaria, con el rumor como manera de generar sentido a sus pobres vidas.
Y si la joven es tocada por la maldición de “El escondido”, entonces el apocalipsis llegará al lugar, envestido no en una fuerza divina, sino en el cuerpo de Raulo, ese hombre con algunos problemas mentales que sólo quiere saber el porqué del siniestro plan que se desató sobre su hermana y quién lo hizo.
“El eslabón Perdido” es una lograda muestra de un cine que apela a recursos de género pero que termina por construir un relato original recuperando parte de la literatura fantástica, aquella que bucea en temores y suposiciones ajenas para determinar el destino de una mujer a fuego tan sólo por ser bella.