Un curioso mix de historias y personajes
La película dirigida por Marcos Carnevale tiene una fuerte impronta teatral, algo de humor negro, de absurdo y de sobrenatural. Con ideas interesantes y chispazos de talento, en el transcurso el film pierde fuerza dramática.
Cenáculo es un exclusivísimo restaurante ubicado detrás de una anónima puerta al que llegan los clientes luego de concertar una cita. Una única mesa preside el lugar, una antigua catedral en ruinas y el relato da a entender que no es fácil ser recibido por Benito, el elegante anfitrión (Pepe Cibrian), que comparte el negocio junto a su hermana Iris (Graciela Borges), recluida en su casa y monitoreando, a través de las imágenes que le llegan desde diferentes cámaras, todo lo que sucede en la mesa con los curiosos seres que intuyen que esa es su gran noche, el momento en que definirán sus destinos.
La nueva película de Marcos Carnevale, que desde Elsa & Fred (2005) viene entregando con suerte diversa un título cada dos años –Tocar el cielo, Anita, Viudas, Corazón de León–, cuenta con una idea fuerza que es ese restaurante que funciona como metáfora de la encrucijada, el vórtice decisivo en las vidas de los clientes y además, se apoya en un notable y multitudinario elenco. Con estos recursos, el director trabaja un film que en conjunto podría definirse como dramático, con una fuerte impronta teatral, con algún toque de humor negro, algo de lo absurdo y hasta la presencia de lo sobrenatural.
Este curioso mix va atravesando el relato y mientras Benito e Iris llevan como pueden sus propios conflictos, en paralelo, en la mesa los otros desgraciados personajes van desandando sus miserias. Así, tres hermanos que podrían definirse como nuevos ricos y sus respectivas parejas deben enfrentar una separación societaria en un trasfondo mafioso; el dolor de una pérdida y el reencuentro que sólo puede ser posible en ese espacio mágico es el eje de otra velada; hay un matrimonio que se anima a un juego de roles para avivar la pasión extinta aunque las cosas se complican de la peor manera; y por último, una pareja que a pesar de la adversidad y de la mirada condenatoria de la sociedad, logra reencontrarse antes de lo inevitable.
Lo dicho, la idea rectora no deja de ser atendible pero el principal problema de El espejo de los otros es que a medida que transcurren los minutos la fuerza dramática se va licuando y la puesta empieza a agobiar hasta instalarse en un cine antiguo, sobrecargado, convencido de que las temáticas que aborda son trascendentales y el relato necesariamente debe ser solemne, desaprovechando un grupo de actores que en general parecen desconcertados por la propuesta, sin convicción, con excepción de Dayub, Machín y Borges, que muestran algunos chispazos de su talento.