Variadas sorpresas por un desfile de luminarias
De nuevo Marcos Carnevale se la juega con una propuesta de alto riesgo, y otra vez sale airoso. Lo que no quiere decir plenamente airoso. El cambio algo brusco de perspectiva en el primer encuentro con un escenario gótico, el encuadre poco ortodoxo de un brindis que tapa la cara de la actriz, el peso de unos comentarios filosofales son cositas que pueden incomodar al espectador. Y a veces pareciera que al guión todavía le faltara un hervor. Pero los diálogos, las actuaciones de un elenco excelente, el vaivén de amor y odio (y rencor, hipocresía, impaciencia, prepotencia, soledad, idealización, nostalgia, felicidad tardía, etc.), lo singular del conjunto, la luna rodando por Callao y los bonus musicales vuelcan a favor el resultado.
Tras la pared apenas adornada por el grafiti de alguna tribu de estos tiempos, subyacen los restos de una iglesia que en viejos tiempos habrá sido imponente. Ahora se sirven allí unas cenas muy particulares, donde la gente encontrará su destino forjado según los alcances de su corazón. Los dueños observan a los comensales sin que éstos los vean, y dan su veredicto, que es el que cada uno se ha buscado en la vida, con mayor o menor conciencia o voluntad.
Se advierte el enorme paso de Carnevale, desde su lejana opera prima "Noche de ronda" (un bar, una mesera y un ladrón de historias espiando a los clientes, una canción) hasta esta obra ambiciosa. Lo que entonces sólo era costumbrismo, poesía y magia sencilla, ahora alcanza mayores proporciones, tanto, que hasta permite albergar una relectura laica de ciertas alegorías evangélicas (pero los dueños también son seres humanos). Seguramente de esto y de otros misterios del alma humana el espectador querrá sacar después sus propias conclusiones, cuando a la salida del cine se vaya a comer a un lugar menos inquietante, o igual de celestial, según como lo mire, o con qué personaje se haya identificado.
El asunto es que vemos transcurrir cuatro noches y cinco historias, de las que no conviene anticipar nada para que el público disfrute las variadas sorpresas a cargo de un auténtico desfile de luminarias. Un señor elenco, del que sólo daremos los nombres de los artistas menos conocidos por el gran público (injustamente menos conocidos): Gipsy Bonafina, pianista y cantante; Natalia Cociuffo, cantante de la orquesta Cocktail Tour y amigovia del chef: Ana Fontán, acompañante de un personaje maldito; Damián Torres en bandoneón, y el maestro Luis Ascot en la banda sonora.
Sólo un detalle para completar la ficha. Pepe Cibrián Campoy, aunque figure como debutante, ya había actuado en la pantalla grande. Lo hizo en una escena notable de "Un día en el paraíso" (Juan Bautista Stagnaro, 2003), donde le toma una prueba de canto a una chica y de inmediato, con impecable, seductora, fascinante y perfecta maldad la expulsa "cariñosamente" de su seno. Ahora tiene mayor cantidad de escenas, y se luce en todas, incluso en una donde no dice siquiera una palabra.