La nueva película de Martin Fariña un realizador siempre personal e interesante, talentoso y dispuesto a la experimentación, es sorprendente. Este film se presentó en el BAFICI en la sección “Vanguardia y Género” y según el programador David Obarrio puede verse como la versión onírica de “Gualeguaychu, el país del Carnaval”, que Martin co-dirigio con Marcos Berger. Pero lo que propone este director tan particular es indagar sobre la carne, sobre los cuerpos y su propia luz, su brillantez, su singularidad. Por eso comienza con los rituales de la purificación de la carne, los rudos trabajos de campo que mezclan el calor, las ensoñaciones de los gauchos, el terror que aflora en los ojos de los animales en el matadero, el desgarro de la vacas, la exhibición de nuestro alimento transformado en ofrenda. Y cuando esa dura labor termina, de rutina y aprendizaje, llegan los rituales de festejo, los de la purpurina y las máscaras, el brillo prestado y la invitación a la celebración. Los cuerpos masculinos en el esplendor de su juventud, en la expansión de la sed y las ansias, en una danza que se acopla a la música con ese montaje que también realizó Fariña, para mostrar este acercamiento a mundos privados inexpugnables donde las fantasías, los sueños, los deseos están tan lejos de las palabras y tan cerca de su cine.