Es así como en El fulgor los planos operan como versos que se van entrelazando a distancia y que en la repetición delinean un sentido. Para comprender cómo se desenvuelve la película, los planos pueden agruparse en cinco conjuntos autónomos que se yuxtaponen y cruzan en el montaje: los de animales del campo argentino; los de las máquinas (en su mayoría de campo, pero también de fábricas abandonadas o en vías de extinción); los de los cuerpos de los hombres de campo (en el trabajo, en el descanso, en la preparación de sus atuendos para bailar y también en el momento de bailar); los del carnaval (donde se alternan planos de multitud con otros de los protagonistas evanescentes que son algunos jóvenes del campo). La combinación de las cinco series forma el heterodoxo poema criollo que añade al montaje visual por distancia y repetición un trabajo sonoro admirable constituido por otras series, ahora de material sonoro: suenan el campo, las máquinas, fragmentos sinfónicos (que pertenecen a Jorge Barilari y al propio Farina) y también compases propios de las composiciones carnavalescas que nunca alcanzan a sentirse en un primer plano sonoro. El sonido general nunca alcanza a estructurarse como un todo, la síncopa es la lógica dominante.