Una boda y cuatro funerales
Con pelito largo (poco) y barba rala, Robert De Niro reincide en el rol de padre. En esta oportunidad, el protagonista de Taxi Driver no es el padre de la novia, sino del novio; aunque tampoco, para la extraña lógica de este film, sería exactamente eso. En busca de un giro distinto, desopilante, y arribando al resultado opuesto, el director Justin Zackham guionó (sobre libro de Jean-Stephane Bron) el casamiento de un muchacho (Ben Barnes) que obliga al reacomodamiento de su familia liberal, presidida por Don Griffin (De Niro), para complacer a su madre biológica, una colombiana católica. Zackham podía haberse centrado en la vida de Alejandro Griffin (Barnes), para darle sustento a un film que pueda generar empatía (como los personajes de Ben Stiller), pero eligió la gastada comedia de enredos, hundiendo a la película junto a un elenco estelar que completan Robin Williams (como el párroco nupcial), Diane Keaton y Susan Sarandon (como las madres adoptivas de Alejandro). El gran casamiento demuestra que sin un buen guión (por no hablar de una buena idea) nadie puede hacer milagros, y lo único cómico es imaginar la cara de De Niro cuando le proyectaron la película. No hay problema Bob; siempre hay tiempo para resucitar a los Fockers.