El tema de lo afroargentino en el documental de los ultimos años no es muy abundante: Afroargentinos (2002) de Jorge Fortes y Diego Ceballos, Negro che: los primeros desaparecidos (2006) de Alberto Maslíah, la más reciente y más amplia Nos Otros (2008) de Daniel Raichijik, y alguna que otra producción televisiva.
Todas giran, más bien, en torno al tema de la discriminación, las problematicas sociales que resultan en persecuciones o prejuicios cotidianos. Un camino social que tambien hay que recorrer. En formato, todas estas películas eligen un didactismo expositivo con testimonios e imágenes de archivo suficientes para informarse.
El caso de El gran río, que se estrena esta semana en Buenos Aires, es más original y bien interesante: el protagonista es David Bangoura, un joven rapero que llega como polizón a Argentina desde Guinea, cruzando el mar en condiciones pésimas, tras el sueño de encontrar una nueva vida, escapando del hambre, la violencia, las guerras internas de su Africa natal, y que logra grabar un disco en la ciudad de Rosario.
Plataneo elige cruzar el relato por dos grandes temas: el sufrimiento del viaje y la omnipresencia de su madre, Fatoumata, a modo de carta o de canción. Precisamente la segunda parte de la película filmada en Guinea reune los testimonios de la familia de David con planos de la gente en su contexto natural. Emotivos registros de su abuela, sus hermanos, su propia madre. La escucha de la familia del disco de Back Doh filmada en Africa que nos acerca a esa dimensión real de la tierra dejada.
Una película sobre las migraciones contemporáneas, la diversidad cultural en nuestras ciudades, las hibridaciones culturales, musicales: el uso del rap y el hip hop como modos musicales críticos, de reclamos, a la vez que son modos que recuperan formas rituales.