Y fue por este río de sueñera y de barro
Los argentinos seguimos bajando de los barcos. Esta es la historia de un nuevo argentino en proceso de serlo, un poco a pesar suyo, un poco gracias al cielo y a su resistencia física. No llegó en primera clase, ni en segunda, ni en tercera. Vino como polizón, pero no recostado bajo la lona de un bote de salvamento, como vemos en las películas, sino acurrucado en un lugar más incómodo y mucho más peligroso. Apenas comienza este documental, cuando vemos asomar su cabeza junto a un barco, ya podemos tener idea de las proporciones, del esfuerzo que habrá sido trepar hasta ese hueco, de la obstinación y la necesidad insoportable que un hombre debe tener para arriesgarse en semejante aventura.
Hay algo más. El todavía no era un hombre, sino apenas un adolescente en busca de futuro. Y ya varias veces lo había intentado, soportado la travesía, había visto la muerte, lo habían capturado y devuelto. Una vez lo devolvieron desde Montevideo, otra vez desde Caracas, etcétera. Hasta que, sin saber siquiera por dónde iba, llegó a San Lorenzo y libró su primer combate en tierra firme. Ahora vive en Rosario.
Ya eso solo bastaría para dedicarle una película. Pero hay algo más, todavía. La lucha cotidiana, la adaptación, los sueños, la nostalgia, la madre que quedó allá lejos. «El gran rio» está hecha en Rosario, Conakry, Kindia y Comaya, y hablada y cantada en español, francés, porque él viene de la ex Guinea Francesa, y susu, que es la lengua de los mande, a quienes nuestros gauchos llamaban mandingas, y asociaban con el Diablo. Sin embargo su mirada mansa, el rostro que va madurando, dan otra impresión.
David Bengoura, se llama este nuevo argentino con ganas de trabajar y lucirse como rapero. Rubén Plataneo, nieto de inmigrantes, se llama el cineasta rosarino que lo registra, lo sigue en la grabación de un disco, y lleva ese disco hasta la madre. Película sencilla, agradable, de color y sentimiento, se ve con simpatía y hace pensar también en los abuelos.