Nervio y color gauchesco para una venganza
Corre el año 1952. En un pequeño pueblo del interior, un muchacho apegado a su hogar y siempre dispuesto a ayudar a sus vecinos es visitado por la tragedia cuando su padre es asesinado durante una carrera de caballos. ¿Quién fue el autor de ese disparo mortal? Cali necesita saberlo aunque el resto parezca comenzar a olvidar el crimen. Al trote de su caballo, deja su hogar en busca de una venganza que, día tras día, le carcome el alma. En su largo andar el muchacho recala en una estancia donde, gracias a la inmediata simpatía que el capataz le dispensa, logra un trabajo de arriero, al tiempo que va conociendo más a fondo a Lucía, hija del dueño del lugar, y así no tardará en nacer entre ambos un romance.
Adaptado del relato Sapucay, de Horacio Guarany, el director Fernando Musa, que había debutado en el largometraje con la recordada Fuga de cerebros, logra un entramado tan duro como persistente en esos certeros dibujos que envuelven a Cali apoyado en la creencia popular que sostiene que cuando un hombre muere a traición, éste deberá ser vengado para que su alma descanse en paz. El propio Guarany es quien encarna al capataz quien va marcando el rumbo de Cali, y lo hace con una indudable credibilidad actoral, acompañado por Abel Ayala en su composición del joven buscador de la venganza y por un elenco del que sobresale la labor de Ulises Dumont, en uno de sus últimos papeles para el cine.
El realizador supo dotar a su historia del por momentos angustiante clima que pedían esos personajes y así, y sumado a una excelente fotografía y a una adecuada música, el film se convierte en una obra que muestra con color y calor la trayectoria de alguien que hace de su vida el trampolín para no dejar impune una injusta muerte.