A veces, el cine aún se propone depararnos alguna sorpresa. Lo reconozco, fui a ver" El grito en la sangre" con las expectativas equivocadas, y para mi agrado salí con la sensación de ver un tipo de película que hacía mucho no veía, un estilo cinematográfico que nuestro cine andaba necesitando ante tanta producción industrial que cada vez refleja menos nuestra impronta.
Basada en la novela Sapucay del gran Horacio Guarany (que también se hace cargo del guión y co-protagoniza), El grito… se inscribe en la mejor tradición del cine gauchesco, con armas tan nobles como autóctonas.
Es la historia del Cali (Abel Ayala, revelación) quien al comienzo de la película, con una introducción potente, pierde a su padre (ese gran actor no reconocido Emilio Bardi) asesinado misteriosamente en medio de una carrera de caballos y ajuste de cuentas.
Estamos en la década del ’50, y los mitos pesan. Según marca la tradición el Cali debe salir a vengar la muerte a traición de su padre para que el alma descanse en paz; pero ese camino no será fácil y le aguardan varios acontecimientos.
Como una suerte de camino del (anti)héroe, el Cali terminará en una estancia manejada por Don Chusco (Horacio Guarany) con quien pronto desarrollará un vínculo casi paternal con mucho de lealtad; también conocerá el amor en manos de una mujer prohibida, Lucía (Florencia Otero).
"El grito en la sangre" exuda valores como lealtad, honor, fraternidad y orgullo; los vínculos son realmente sanguíneos y está claro que la hombría hay que demostrarla en todos los actos. En la conferencia que dio para la prensa, su director, Fernando Musa (este es su mejor film en varios aspectos), reconoció las influencias de Leonardo Favio, y es innegable.
Juan Moreira y Nazareno Cruz y El Lobo están presentes en varios tramos de este film, el espíritu alegórico, el tono crepuscular de lo nocturno contrastado con lo luminoso del día, hasta cierta narración en verso parecen apropiados de un film del genial Favio.
El trabajo técnico de fotografía, ambientación, y sonido para crear clima es otro punto alto del film. El tono granulado y casi sepia deliberado (que se va diluyendo mientras va avanzando) hace recordar a buena parte del cine de la generación del ’60.
La elección del elenco en roles acertados termina de configurar una propuesta redonda. A las gratas revelaciones de Ayala y Otero (este fue su primer film), y la recuperación de Guarany en un papel a su medida, se le debe sumar los sobresalientes secundarios de Roberto Vallejos, Luisa Calcumil y Carmén Vallejos, a quienes les alcanzan con pocas escenas para sobresalir.
Para "El grito en la sangre" el tiempo no ha pasado, el cine gaucho, más alejado del tinte western de algunas producciones recientes, se ve vigente y en buena forma. No hay ritmo trepidante, no hay vértigo, es la calma que presagia la tormenta.
Un film para salir con nuestras tradiciones en el pecho.