Una tragedia campestre
Como si se tratara de un viaje hacia atrás en el tiempo, El grito en la sangre retoma ejes temáticos del cine argentino de los '70, en especial una historia que transcurre en la geografía pampeana con una venganza de por medio.
No está mal la intención de volver al film gauchesco, que había tenido su resurrección con el Martín Fierro de Torre Nilsson y que dejaría al Juan Moreira de Favio como su gran ejemplo. Más aun cuando los rubros técnicos están cuidados al máximo. Pero la película de Musa está invadida por una onda retro que la convierte en una pieza de museo, en algo cercano a una naturaleza muerta, con un relato sostenido desde una voz en off que se expresa por sus características radioteatrales. El afán de venganza de Cali (Ayala) empieza desde el asesinato sin responsable de su padre, al que le disparan por la espalda en una carrera de caballos. Con un inicio argumental parecido al de Aballay de Fernando Spiner, Cali deberá convertirse en hombre de un día para el otro, conocerá y se sentirá atraído por Lucía (Otero), tendrá la protección de El Chusco (Guarany), que lo adoptará como a un hijo, y trabajará en la hacienda de un gaucho (Liporace), padre de la chica que el huérfano desea tener a su lado. Con ese esquema de personajes previsibles y sin demasiados matices, la película descansa en la imponencia del paisaje, en las costumbres gauchescas y en la obsesión por aferrarse a un guión construido a partir de situaciones y personajes estereotipados, sin lugar alguno para la ambigüedad. El desenlace, sorpresivo al fin, tampoco escapa a las reglas de la palabra escrita, como si se tratara del clásico golpe de efecto proveniente de un radioteatro gauchesco de hace décadas. Ayala carga con la responsabilidad actoral transmitiendo compromiso con su personaje, en tanto, la sola presencia de Guarany como intérprete secundario fortalece algunas escenas del film.