Un drama campero con todo lo que corresponde
¿Cuánto hace que nuestro cine no nos regalaba un drama campero? Un buen drama campero, con sus amaneceres y atardeceres, los arreos, los floreos, el gauchaje en sus tareas y descansos, la formación bajo la guía del viejo hombre de campo, el criollito tímido frente a la muchacha que lo mira, los modos de hablar, la vida de familia y de galpones, las cuadreras, los desafíos de boliche, el malentendido entre los hombres, el entripado que conlleva la tragedia, y, sobre todo, la verdad, la poesía, la reflexión que emocionan a su público. Es difícil reunir y conjugar tantas cosas de buena manera.
Si esto ha sido posible, sólo se debe a la buena mano y dedicación del director Fernando Musa y su equipo, y a lo que él mismo ha definido como dos fuerzas de la naturaleza: Horacio Guarany y Abel Ayala. La idea nació de Guarany, que tiempo atrás le acercó a Leonardo Favio su novela. El artista se entusiasmó, pero ya estaba enfermo, y sugirió entonces el nombre de Musa, que había sido su asistente y director de segunda unidad en "Gatica el mono" y otras tareas, y además ya tenía obra propia, con piezas singulares que acreditaban buen oficio y habilidad para embellecer el pequeño mundo de las gentes comunes.
La película se filmó hace ya unos años. Es la última que filmó Ulises Dumont, que encabeza dos escenas clave. Guarany tenía ya 82 años, pero igual andaba a caballo. El hizo que le enseñen a montar al pibe Ayala, inmenso actor que venía de hacer "El polaquito" y "El niño de barro". Así los vemos, juntos al tranco sostenido y, en una escena, el chico llegando hacia la cámara al galope y saltando para una atropellada, antes que el caballo se detenga del todo. No cualquiera lo hace, y se trata de detalles importantes para la credibilidad de la puesta. Después, cada uno siguió su camino, y la obra se fue demorando en las islas de edición, sonido y copia final, que recién este año se ha logrado.
Lo que al fin vemos, es prácticamente una pieza única, que los entendidos y el público general, sobre todo el que ha vivido en provincias, sabrán apreciar. Ambientada en los 50, lo que permite la presencia de algún auto, un ómnibus de entonces, en el que viaja la hija del patrón, y algunas prendas, la historia describe las andanzas de un muchachito en busca del asesino de su padre. No lo conoce, ni siquiera sabe quién fue. En sus averiguaciones irá desde algún lugar de toponimia guaraní hasta el pie de las sierras puelches y hallará por ahí trabajo, un viejo capataz que lo ha de querer como a un hijo, una solícita criatura que le clavará dulcemente los ojos, y un enemigo más alto y más fuerte que él. Es realmente creíble la pelea, y es muy fuerte la resolución. Fuerte, inesperada, muy bien representada y con una línea final que sólo Guarany podía decir, con su manera tan musical y sentida de ir glosando los relatos.
Además de Dumont, completan el elenco Roberto Vallejos, Florencia Otero, Luisa Calcumil, Emilio Bardi, María Laura Cali, Enrique Liporace y la recordada Carmen Vallejo (también para ella ésta fue su última película). Ellos, y hasta el último extra, todos exactos para esta historia campera. Otros tantos a favor son la dirección de arte del veterano Pepe Uría, la música del joven maestro Ivan Wyszogrod, nada menos, y la hermosa fotografía de Jorge Crespo, equiparable a la que hizo Juan Carlos Desanzo para "Juan Moreira", lo que es decir mucho y puede sostenerse. Rodaje en el sureste de San Luis, y en el impresionante Parque Nacional Las Quijadas.