Un sueño puede transformarse rápidamente en pesadilla. Eso le queda muy claro a Lorenzo, un artista plástico que a los 50 decide tener un hijo con su pareja, una enigmática bióloga noruega mucho más joven que él.
Los problemas comienzan a insinuarse durante el embarazo, crecen con la llegada de una partera que genera en la casa un clima de notoria hostilidad y explotan con el nacimiento del niño, que dispara la neurosis de una madre absurdamente sobreprotectora. Apoyado en buenas actuaciones de todo el elenco, Sebastián Schindel (quien ya había dirigido a Furriel en El patrón: radiografía de un crimen) consigue crear el ambiente inquietante y cargado de tensión y misterio propio de un thriller virtuoso en buena parte del relato.
Se abstrae, en cambio, de sugerir alguna motivación concreta para explicar el origen de esa relación tortuosa que mantienen los protagonistas, algo que cada espectador tendrá que inferir a partir de un par de datos sueltos: un pasado familiar traumático que incluye algunos problemas con la bebida y una pelea contra el paso del tiempo que Lorenzo intenta resolver como puede, aun cuando empieza a sospechar que el destino le juega fatalmente en contra.
No hay redenciones ni zonas del todo luminosas (salvo por el apoyo incondicional de la pareja de amigos que interpretan Gusmán y Cáceres) en este film que mantiene el tono amargo hasta su desenlace.