Lorenzo (Joaquín Furriel), un artista plástico cincuentón, intenta rearmar su carrera y su vida afectiva. Tras una tortuosa experiencia familiar que incluyó la pérdida de la tenencia de sus hijas y un alcoholismo que le ha dejado secuelas, ahora tiene una nueva esposa, una bióloga llamada Sigrid (la noruega Heidi Toini), que queda embarazada y permite augurarle una segunda oportunidad en el terreno de la paternidad. Pero desde el inicio (porque el film está narrado con permanentes saltos temporales) sabremos que las cosas no le han salido demasiado bien a nuestro antihéroe.
Sin spoilear (como buen thriller las definiciones y resoluciones de los diferentes enigmas llegarán muy cerca del final), Lorenzo debe enfrentar diversos conflictos judiciales y allí entrarán a jugar dos personajes secundarios, pero esenciales: su amigo Renato (Luciano Cáceres) y Julieta (Martina Gusman), una abogada que está en pareja con Renato y que alguna vez estuvo fue alumna y luego novia de Lorenzo. En principio, ambos serán muy comprensivos y solidarios con el protagonista, pero ellos también están inmersos en su propio drama porque no pueden tener hijos.
Es que la paternidad (y de forma lateral la maternidad) está siempre en el centro de este thriller psicológico tan potente como incómodo, tan provocador como fascinante, tan sorprendente como inquietante. Es cierto que no todas las escenas resultan tan fluidas, elegantes y sutiles como este tipo de propuestas requieren, pero -más allá de ciertos subrayados y de algunos deslices en la parte final- el realizador de El Patrón, radiografía de un crimen ratifica su solvencia como narrador, su capacidad para la dirección de actores y, sobre todo, para la construcción de atmósferas ominosas (por momentos, en especial con la aparición en el caserón de una amenazante partera de origen alemán interpretada por Regina Lamm, hasta coquetea con acierto con el género de terror) con la ayuda del siempre talentoso DF Guillermo “Bill” Nieto (Leonera, La luz incidente, No dormirás).
Del realismo de El Patrón, radiografía de un crimen a una fábula que se va enrareciendo cada vez más hasta llegar a lo surreal y lo pesadillesco en El hijo, la dupla Schindel-Furriel construye otra convincente exploración sobre la manipulación psicológica. En su segundo largometraje de ficción, el director de documentales como Rerum Novarum y Mundo Alas explora con más hallazgos que carencias, con más apuesta al riesgo que descanso en fórmulas probadas, cuestiones como la obsesión, el control, la culpa, y los traumas que se acumulan y regresan. Así, la película, ambigua y perturbadora, nos obliga siempre a reflexionar sobre cuestiones sobre las que creemos tener posiciones tomadas e inamovibles. No se trata de un mérito menor.