Tras haber desarrollado una interesante carrera en el documental (sobre todo, en el dedicado a la música, como en los casos de Rerum Novarum y Mundo alas) y haber dado un primer paso en la ficción con El patrón (2014), el realizador Sebastián Schindel estrena El hijo (2019). Se trata de la transposición del cuento “Una madre protectora”, del escritor Guillermo Martínez.
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El rumbo que tomó Sebastián Schindel para su segundo largometraje de ficción es muy distinto al de su primer film. Si en El patrón el relato se ajustaba a un realismo naturalista, óptimo para mostrar con crudeza el maltrato que sufría su personaje protagónico (un casi irreconocible Joaquín Furriel), con El hijo Schindel le da forma a una película que se distancia de la denuncia para amoldarse a una situación pesadillezca. Furriel compone en esta oportunidad a Lorenzo, un ex alcohólico y pintor de obras que rememoran el arte de Goya. Su esposa, Sigrid (Heidi Toini), es una bióloga noruega con la que convive en una casa imponente. Su frialdad tal vez refleje la zona más oscura de su marido, reservada al pasado y la pasión con la que impregna la tela de sus cuadros. Lorenzo tiene también otro problema; tras haberse divorciado de su primera esposa, perdió contacto con sus hijas cuando se fueron a vivir a Canadá. Su deseo, entonces, pasa por tener una paternidad presente. ¿Pero eligió a la persona correcta?
Como contrapunto de esta pareja, está la que componen Martina Gusmán (una abogada que supo ser su novia y alumna) y Luciano Cáceres. Ellos lo asistirán cuando, luego de ser padre, comiencen a sucederse una serie de eventos que lo dejan al margen del cuidado de su hijo. Ya como madre, Sigrid seguirá siendo asistida por la compatriota que la ayudó a parir (en su propia casa y a espaldas del padre: dato no menor): una mujer de mirada y actitud dura que encuentra en la máscara de Regina Lamm a la actriz ideal.
No conviene adelantar más sobre esta trama que tiene sus puntos de giro y que toma contacto con algunos aspectos de El patrón, como por ejemplo la imposibilidad de actuar en un contexto opresivo (social en aquel film, más íntimo y siniestro –en términos freudianos- en este otro). La síntesis temática de El hijo parece reposar dentro de los lazos entre arte y ciencia, cordura y locura; ejes que condensan el derrotero de Lorenzo. En sus mejores secuencias, la película de Schindel traslada el pesar del pintor hacia la platea y la obliga a repensar cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en las presunciones que el relato va tejiendo. El final, a tono con esta observación, reduplica la ambigüedad y deja de este modo la posibilidad de que cada espectador imagine su propio Mal.