“El patrón: radiografía de un crimen” (2014) marco un punto de inflexión en la carrera de Joaquín Furriel, quien abandonó por primera vez su mote de galán de telenovelas, para transformarse en un actor que asume nuevos riesgos. En aquel filme, trabajó con un drama social que tenía bastante del mejor Pablo Trapero, aceitado por una interpretación notable de Furriel. Esa dupla que había funcionado tan bien, vuelve a repetirse aquí en “El hijo”, el segundo largometraje ficcional de Schindel, en la cual también actúan Martina Gusmán y Luciano Cáceres.
El guión corre a cargo de Leonel D’Agostino, escritor de la fallida “Nieve negra” y “Puerta de hierro: el exilio de Perón”, que en este caso adapta la novela de Guillermo Martínez, “Una madre protectora”.
Los estrenos más pesados del cine argentino empiezan a llegar, y “El hijo” aterriza en un momento delicado de la cartelera argentina. La usurpación de salas de “Avengers: Endgame” significara todo un desafío a suplir por parte de esta nueva producción bastante interesante y con potencial.
Lorenzo, un pintor de unos 50 años, se entera la noticia de que tendrá un hijo junto a su nueva mujer, Sigrid. Con el nacimiento del niño, la situación se complejiza, Sigrid adopta una posición de protección sobre el hijo, que lo hará alejar cada vez más a Lorenzo del vínculo paternal.
Aires al cine de Roman Polanski inundan a esta para nada habitual propuesta del cine argentino. Sebastián Schindel se atreve a abordar temas poco o nada explorados por la industria nacional, pero nunca llega a ir a fondo con los conceptos, queda como a medio camino entre lo que podría ser, y lo que finalmente es. La historia transcurre en dos líneas temporales, presente y pasado, que se conectan en un punto donde luego la trama retoma y continua. Pero esa decisión, esa fragmentación de tiempos es, no solo un tanto caprichosa (el cine está plagado de caprichos), si no también poco funcional al suspenso que se pretende generar. Las dos líneas de tiempo se van deshilachando en su recorrido.
Las actuaciones y el guión funcionan muy bien, en ese aspecto, la película fluye de forma natural. Sin embargo, en lo que refiere a los rubros técnicos, un aspecto en donde “El hijo” no sale del todo airosa es en la musicalización. Hay una elección demasiado estridente en la composición, no da lugar a la imaginación y resalta con torpeza las escenas de suspenso.
La prolijidad que entabla la película también se quiebra con esas abruptas elipsis que huelen más a un escape que a una decisión narrativa. Es como si el guión no supiera como solucionar lo que sigue, entonces introduce un salto de tiempo que resuelve todo.
Hay buenos toques de terror en esta historia clásica, oscura, con algunas simbologías (nada exploradas por la película) y buenas ideas que podrían haber sido mejor desarrolladas.
“El hijo” es una oportunidad desperdiciada de abordar con convicción una temática que el cine argentino históricamente ha esquivado. Sebastián Schindel pasa la prueba con este segundo largometraje que si bien posee algunas fallas, resulta sumamente interesante.