Radiografía de una fórmula
Es interesante seguirle la carrera a un director para ver que sigue después de una película inesperada pero posible (en términos de modo de producción); eso es lo que sucede con Sebastián Schindel, quien, tras dirigir una serie de documentales, pegó un volantazo y apostó por el cine de género con El Patrón, radiografía de un crimen (2014). Su siguiente película es El hijo, génerica también pero lejos del corte realista de su film anterior, apoyada sobre diferentes influencias y modelos ya transitados muchas veces por el cine de suspenso, subgenero “preocupación por la maternidad/paternidad”. Más cerca de un Polanski que de un Cronenberg gráfico, Schindel se detiene en los momentos característicos: la búsqueda de la descendencia, la transmisión de la noticia del embarazo, las discusiones sobre temas relacionados al acondicionamiento de una casa por la llegada del niño o la niña, la transformación de la relación de pareja y la proyección de situaciones futuras ya como familia. Las mejores decisiones están ahí, en esas recurrencias. El comienzo de la película presenta a la pareja: Lorenzo, un artista plástico (Joaquín Furriel), y Sigrid (Heidi Toini), una bióloga noruega que realiza un posgrado en Buenos Aires, teniendo sexo de una manera rara en un encuadre igual de extraño, que los muestra por la mitad casi desde la subjetiva de alguien que espía. La comunicación del resultado positivo de un test de embarazo es trasmitida con incomodidad, detrás de una cocina en una muestra de arte y después de una discusión entre ambos. Schindel logra moldear este clima de rareza por la inversión de la situaciones clásicas; donde debería haber placer o goce hay extrañeza, donde debería haber dicha hay apatía, y ni hablar del momento del parto, que se presenta fuera de campo e ilustrado sonoramente por gritos, gemidos y diálogos en noruego. Si algo le faltaba a esta atmósfera era un personaje misterioso, el de un niñera noruega (una perfecta Regina Lamm) traída por Sigrid para ayudarla en su tránsito por la maternidad aunque sin el aval de Lorenzo, lo que provoca una mayor rispidez entre los flamantes padres.
Los problemas aparecen cuando se precisa del suspenso. En unos engranajes poco aceitados está la raíz de lo anodina que resulta la segunda parte de la película, como si se tratara de un depresión posparto que se traslada a la historia. La barranca abajo sufrida por Lorenzo se desata a un ritmo acelerado, en oposición a la cadencia más calma y precisa que tenían los movimientos narrativos. También hay una diferencia y es que las recurrencias se transforman en lugares comunes porque se desplazan del arquetipo al estereotipo. La historia de clima laberíntico se disipa a merced del relato resolutivo, con el fin de no dejar hueco por tapar en términos argumentales. Un final supuestamente abierto pretende encubrir esa estrategia. En la última secuencia la trama pesadillesca desde el punto de vista paterno se pierde para darle un espacio enorme al golpe de efecto, una tentación que Schindel había sorteado con ingenio y efectividad hasta entonces. Estas debilidades de guión se ocultan un poco gracias a las fortalezas del thriller que el director maneja hábilmente, en especial en los espacios bien cerrados dentro de la casona en la que vive la pareja, pues convierten un gran espacio en uno claustrofóbico.
Hay un riesgo temático en transponer esta novela de Guillermo Martínez que está anclada en la mirada paterna sobre el embarazo y una posterior lucha por los derechos de la patria potestad. Aunque tal recurso sobrevuela sin mucho peligro las zonas grises de dicha cuestión, las interpretaciones maliciosas podrían estar a la orden actual de un progresismo mal entendido. El hijo es otro ejemplo cristalino del uso de los géneros para tratar ciertos temas sin ponerlos en un primer plano; el subtexto siempre tiene un grado de efectividad más certero por sobre el subrayado, un problema que el cine argentino tiene pendiente, y es así que la resolución de fórmula hace que esta película se asemeje a esos thrillers ramplones producidos por TELEFE, los que priorizan poner siempre a las mismas estrellas en papeles supuestamente arriesgados pero que obedecen a los mandatos narrativos sin vuelo ni pasión. Schindel, sin ser esta una película fallida, tiene las cualidades para seguir explorando el cine de ficción en el panorama algo difuso del cine argentino, poco certero en el uso noble de los géneros textuales.