Me pasaron varias cosas con El hijo, y una de ellas es la reafirmación de que hay que seguir muy de cerca la carrera del director Sebastián Schindel.
Ya en 2015 nos había deslumbrado con El patrón. Una película muy pequeña, pero muy audaz y espectacularmente filmada.
De los miles de films que he visto, ninguno me logró remover el estómago tal como sucedió en aquella proyección.
Y si bien aquí el relato es otro, la forma de narrar sigue siendo la misma.
Un thriller que por momentos tiene pinceladas de terror psicológico y policial negro.
A través de una estructura de guión fragmentada en dos líneas temporales, es el espectador quién tiene que descubrir junto al protagonista qué es lo que está pasando.
La ambigüedad constante de que si está loco o no está muy bien llevada.
Que una película cause ese tipo de tensión es para destacar y experimentar en una sala de cine.
Con claras referencias hacia a la obra de Roman Polanski, Schindel crea una atmosfera muy sombría. Hay planos que son espectaculares, que no puedo describir porque sería un spolier.
Asimismo, la dirección de actores es impecable.
Joaquín Furriel está genial. De sus mejores trabajos sin dudas. Lo mismo sucede con Martina Gusmán.
Pero es la dupla de Heidi Toini y Regina Lamm la que se llevan los mejores elogios. Sus miradas esconden algo todo el tiempo.
Más allá de alguna arbitrariedad, que es lo único objetable que tiene el film, El hijo es una gran película, y uno de los mejores estrenos nacionales del año, sin ninguna duda.