El patrón, radiografía de un crimen (2014) de Sebastián Schindel, egresado de la ENERC, que había codirigido el documental Mundo alas, fue más que una sorpresa. El relato pintaba una relación tensa, asfixiante, entre un empleado carnicero y su jefe.
Era una historia que entremezclaba sensaciones extremas, pasión -entendida como sed de vivir -en un clima de desesperación y angustia que llegaba directa a la cara del espectador.
En El hijo Schindel volvió a elegir a Joaquín Furiel como protagonista de su película, una adaptación de Una madre protectora, la novela corta de Guillermo Martínez, con guión de Leonel D’Agostino (coguionista de Nieve negra).
Furriel es Lorenzo, un pintor que supo ser alcohólico y que ha perdido a sus dos hijas porque su ex se las ha llevado a Canadá. Aquí conoce a una bióloga noruega , se ha casado hace poco con ella, y Sigrid (Heidi Toini) queda embarazada.
Pero pronto se advierte que ella no confía en los médicos y trae al hogar, una casona que nada tiene que envidiarle a las que vemos en la saga de El conjuro, por lo lúgubre, a una partera o comadrona (Regina Lamm).
Aquí la película toma un primer giro. A los miedos lógicos de la madre primeriza -recordemos que Lorenzo ya es padre- le adosa la cuestión de la responsabilidad y los cambios que en cualquier pareja irrumpen sin pedir permiso con la llegada de un hijo.
Lo que pasa después del parto es el clásico tema del doble. A Lorenzo no le dan cabida en la crianza de su hijo, se siente un extraño en su propia casa y presiente lo peor: que la madre de su hijo también va a alejárselo.
Pero ¿qué hace Schindel? A través de flashbacks y relatos en paralelo cuenta la vida de Lorenzo que -se verá por qué- está tras las rejas. Lorenzo cree que han sustituido a su bebé, y contará con la ayuda de una ex alumna y amante (Martina Gusman) y su nueva pareja (Luciano Cáceres). Schindel trabaja, mucho y muy bien, con el fuera de campo, lo que no se ve, pero se intuye, que en un relato de suspenso o thriller psicológico es clave y no muchas veces se advierte.
El rol de Lorenzo es el que suelen jugar los papeles femeninos. Una suerte de Mia Farrow en El bebe de Rosemary o tantos otros thrillers. Nadie le cree, lo tratan de loco, histérico, alucinado o vaya uno a saber qué.
¿Está loco, o qué?
El mérito de Schindel es que tensa la cuerda hasta donde uno cree que es posible, y se atreve a ir más allá. Se apoya, claro, en las espaldas de su protagonista, y Furriel debe pasar por distintos estados de ánimo ante el descreimiento generalizado, la falta de solidaridad hacia él y la desesperación que siente por poder quedar aislado de todo lo que más ama.