“Debés ponerte en el punto de vista de la jueza. Por un lado tenés una doctora con posgrado, que se mantiene sola. Por otro, un bohemio con antecedentes de alcoholismo que no logró reconstruir un vínculo con sus otras hijas”. Así le explica la abogada a su cliente el panorama que se le viene en un pleito de divorcio por maltrato y tenencia del hijo. Le falta agregar que la doctora es rubia y noruega, y el bohemio es un artista barbudo y enojadizo. Pero hay detalles: él mantiene el hogar, ella impide que el niño tome remedios, sea vacunado y tenga obra social. Y las autoridades tampoco están viendo otras cosas todavía más raras.
Esta historia tiene algo de misterio, casi diríamos de terror, amén de una advertencia sobre ciertos prejuicios que se dan en Tribunales, una pintura precisa de caracteres, gente de mucho talento e inspiración detrás y delante de las cámaras y un libreto que maneja muy bien la tensión y la información, adaptando con habilidad la nouvelle de Guillermo Martínez “Una madre protectora”, del libro “Una felicidad repulsiva”, que ya de por sí mete bastante miedo. La adaptación se toma sus libertades: hace alternar pasado y presente, reduce situaciones, cambia las circunstancias del desenlace y sobre todo (y para bien), unifica en un solo personaje al amigo y la abogada del desesperado. Al frente, la misma dupla de “Patrón. Radiografía de un crimen”: Sebastián Schindel, director, Joaquín Furriel, protagonista, ahora junto a Martina Gusmán. Los rodean Heidi Tomi, Luciano Cáceres, Regina Lamm, Leonel D’Esposito, guión, Daniel Gimelberg, arte, Iván Wyszogrod, música, y otros buenos, todo apoyado en las teorías del psiquiatra Joseph Capgras y el matemático D’Arcy Thompson con sus caracoles, gente más rara que la noruega.