l hombre nuevo es un título muy pertinente. En la película del uruguayo Aldo Garay se conjuga inadvertidamente la vida de Roberto y ahora Stephanie, una mujer nicaragüense que vive actualmente en Montevideo y desea operarse para completar su deseo de ser enteramente mujer con su pasado revolucionario en la década del ‘80. La palabra operativa en el film de Garay es la transformación. En efecto, El hombre nuevo es una película que va creciendo en su complejidad, pues es casi imposible adivinar las vueltas que el propio relato va encontrando en su desenvolvimiento. Esto depende de la oculta riqueza del personaje, quien resguarda su propia historia y poco dice de esta. Los planos fijos y severos de Garay constituyen el contrapunto de un relato que arranca como un travesti sin vivienda y culmina con la historia de Nicaragua (y una visita a su país natal), el fracaso de una revolución y el triunfo discreto de la religión. El viaje de Stephanie a su país constituye el ingreso al relato de varios personajes, cuyos aportes suman una perspectiva social y una calidez humana inesperada. Garay evita la entrevista y escenifica los encuentros de su personaje con su madre, un hermano y varios conocidos de la infancia. El director tampoco desestima el registro de la geografía en donde tienen lugar los encuentros y con pocos recursos pero justos establece una relación entre un espacio específico y su gente. El material de archivo es aquí fundamental, y en cierto momento Garay da con una vieja transmisión televisiva que reordena la forma de entender al personaje. Gran momento de la película, y de una eficacia emotiva imposible de no sentir frente a una revelación conmovedora acerca de la niñez del personaje.