Full of shit.
En nuestro idioma, traducir esa frase sería restarle la impronta y la sonoridad que tiene. No es lo mismo expresar que alguien “no dice más que pavadas”, o que “es un versero” o cuanta locución se les ocurra, que justamente descerrajarle a alguno la frase del título. Ben Kalmen es el ejemplo perfecto de la persona a la que le cabe el término. Un hombre de sesenta años empeñado en no envejecer –a pesar de que la imagen en el espejo devuelva otra cosa–, un miserable carismático, un tipo que da cátedra sobre la vida y las relaciones por haber leído a Narosky.
Ben Kalmen en El hombre solitario lo es todo, y siempre es interesante ver una película que apuesta a centrar su historia en un personaje que puede despertar tanta simpatía como desprecio. Kalmen es un personaje bastante patético: un hombre grande descentrado, jugando a ser adolescente pero con la sabiduría que dan las canas y así conquistar chicas que apenas arañan los veinte, incluso sin importarle si es hija de su pareja. Un empresario que pasó de la tapa de Forbes a mendigar un trabajo en un dinner. Un padre que abusa de la paciencia de su hija. Un pésimo amigo. Un hombre con todo eso y aun así entrañable. Koppelman y Levien aciertan en la construcción de la narración alrededor de Douglas, aunque por momentos el estereotipo (por ejemplo, Kalmen es vendedor de autos, el clisé absoluto del verso) se imponga a la frescura del relato y a pesar de algunas escenas innecesarias (todas en las que participa el buen Jesse Eisenberg) la estructura que nos deja esa prolija construcción es la de una película amable, disfrutable, sin demasiadas pretensiones; una película que no abusa de las justificaciones y los porqués, ni se regodea en la miseria de su personaje.
La importancia del final. No en todas las películas el final es importante. Pero en El hombre solitario es central. El final es la diferencia entre tirar todo por la borda o ser eso tan afable que dijimos anteriormente. Koppelman y Levien cortan en el momento exacto de la decisión de Kalmen, en el riguroso segundo en el que toma una determinación. Cualquier desenlace hubiera despreciado al personaje en el que habían asentado su película. Cualquier desenlace, además, nos hubiera defraudado.