Los últimos cartuchos
La filosofía de vida de Ben (Michael Douglas) es muy sencilla: si no se tiene éxito en los negocios, por lo menos hay que tenerlo con las mujeres más jóvenes que él. Pero detrás de este axioma se oculta en realidad una constante negación del presente para un hombre ya maduro, otrora popular vendedor de autos a quien el cuarto de hora le llegó hace tiempo y en vez de recomponerse procurará redoblar la apuesta.
Esa es la pendiente en caída libre que atravesará tangencialmente a El hombre solitario, film dirigido por Brian Koppelman y David Levien que, además de contar con el protagónico de Douglas, tiene también entre sus filas a Susan Sarandon, (interpretando a la ex mujer); Danny DeVito (el amigo de siempre), Mary Louise Parker (la amante con dinero), Jenna Fischer (la tentadora adolescente, hija de la amante) y Jesse Eisenberg (como siempre, haciendo de nerd inseguro), quienes completan este tour de force de un Michael Douglas sobrio y correcto al que le calza perfecto el papel elegido.
La trama arranca con lo que podría suponerse un momento clave para la vida de Ben, en el cual le informan tras una revisación médica de rutina que su corazón puede estar dañado y deberá cambiar por eso drásticamente sus conductas; estas pueden resumirse en encuentros casuales con mujeres jóvenes, alguna que otra borrachera de vez en cuando para alejarse de su familia y de severos problemas económicos que lo alcanzan luego de haber participado de una estafa y -más aún- tras haber perdido esa magia de vendedor infalible.
Sin embargo, en vez de sosegarse el protagonista no altera un ápice su rutina de mujeriego empedernido, y 6 años después comienza a sufrir las consecuencias (que por motivos obvios no revelaremos en esta nota). Eso lo sumerge en una crisis existencial donde la fuerza del pasado irrumpe con sus huracanes de recuerdos y la sensación de final agridulce latente llega en el peor trance hacia la realidad.
Con un buen elenco de actores secundarios, un ritmo pausado pero que no sufre digresiones, esta comedia dramática -que deposita toda su confianza en la idea de las segundas oportunidades- logra sostenerse gracias a la gran labor de un Michael Douglas maduro pero no acabado, quien encuentra el tono ideal para no devenir estereotipo, sumándole carisma, gracia, gravedad y una alta cuota de sensibilidad a un personaje que parece ser ambicioso, calculador y arrogante.
Quizás a veces la historia se convierte en una convencional fábula sobre las debilidades humanas, pero por suerte eso ocurre esporádicamente y no concentra en esa dirección todo el atractivo de esta película, sino que fluye errática a la par de su protagonista.