Sólido guión que transita con delicado equilibrio una historia muy singular
Desde tiempos inmemoriales un ser humano tolera y acepta a otro, si es afín con sus pensamientos o comparten la misma religión, como así también la raza o la belleza física, entre tantos otros ítems. Pero cuando nada de esto sucede, la intolerancia y el deprecio mandan. Como en esta nueva película del director negro Spike Lee, quien trae un curioso y verdadero caso a las pantallas cinematográfica sobre un policía afroamericano llamado Ron (John David Washington), hijo mayor del afamado Denzel, que en 1978 logró infiltrarse y conseguir ser socio y miembro activo, con credencial incluida, del Ku Klux Klan. Si, aunque suene increíble, fue una historia real.
Ambientada excelentemente en esos años ‘70, con autos, ropa, música y los llamativos peinados afro, se desarrolla este film ubicado en Colorado Springs.
La pelea entre los negros y blancos continúa como hace décadas. Nada parece haber cambiado con los siglos. El blanco se cree superior y, como mínimo, discrimina a los que no profesan su misma ideología ni tienen el mismo color de piel.
Desde el comienzo, para generar una ruptura, Ron logra entrar y egresa como policía en un territorio dominado por los blancos. Después se convierte en un agente infiltrado en ese Klan. Pero ello, y para presentarse personalmente y que no lo rechacen, necesita de un doble suyo por lo que le pide colaboración a un compañero blanco de la policía, Flip (Adam Driver), que cumple con el aspecto físico necesario para ser parte del Klan, aunque con unos detalles, él no es racista y es judío.
La trama gira en torno al intento por parte de la fuerza policial de desbaratar a éste brazo local de dicha asociación, liderada a nivel nacional por David Duke (Topher Grace).
El relato avanza entre la lucha y militancia por igualdad de oportunidades para todos, donde se destaca por su activismo Patrice (Laura Harrier), quien se enamora de Ron.
El director maneja con un delicado equilibrio, los momentos en que deben transitar cada secuencia de los dos bandos, como así también cuando se entrecruzan, para recrudecer la segregación, el odio, y la violencia extrema.
Con un sólido guión y una dirección, que no sólo se dedica a narrar el arriesgado trabajo de un policía que realizó hace 40 años, sino también a tomar este hecho y transformarlo en una denuncia de carácter político y social, para que, como está escrito renglones arriba, demostrar que nada cambia y, para eso, quédese mirando hasta el final de la proyección.