Estamos ante una explosión de narrativa, nada menos: cuando Spike Lee conecta con la historia que tiene para contar sus relatos se encienden, y de esto hay varias pruebas en una carrera de más de 30 años: Haz lo correcto, Summer of Sam, La hora 25, El plan perfecto. En cambio, la remake de Oldboy se sentía displicente, ajena, abandonada.
Infiltrado del KKKlan es una de esas películas de Lee que canalizan bien las energías, que exhiben convicción, incluso en algunos pasajes hasta el exceso. La increíble -pero real- historia de Ron Stallworth en los años 70 es presentada en forma intensamente seductora: un detective negro -el primero de Colorado Springs- se hace pasar por blanco y racista en conversaciones telefónicas con un referente máximo del Ku Klux Klan, y para la investigación cara a cara su rol será jugado por un policía blanco judío.
Doble disfraz, o disfraces cambiantes, para una película que sabe jugar esos juegos, que se permite el humor y la tensión sin un programa ideológico que la achate. Están claros los villanos y los héroes, no hay que argumentar de forma tosca. Y en ese sentido, Lee se permite la presentación de policías con limitaciones y buenas intenciones, personajes secundarios casi fordianos y no meramente encarnaciones de ideas prefijadas: Infiltrado del KKKlan es una película con humanos con defectos, brillos, revelaciones a veces tardías y no una exposición sobradora y demagoga de posiciones políticas.
Este es un relato que -otra vez- viene a negar esa idea un tanto acomodaticia de que menos es más: aquí, con toda lógica, más es más. El humor se construye con decisión, en algunas breves ocasiones en modo de prueba y error (pero el humor y sus excesos deberían ser perdonados más que tantas represiones solemnes demasiado frecuentes); con tensión armada en función de una empatía evidente, con una banda sonora que define la época y la biografía de los personajes.
Esos personajes no necesitan decir a cada rato que creen en las cosas que está bien creer: son algo así como profesionales hawksianos, convencidos de que van a cambiar el mundo mediante un trabajo osado, tan osado como el modo de Lee cuando está convencido: esta es una película que cree que seducir al espectador es la receta más noble, mucho más noble que exigirle esfuerzos inviables para adorar estilos o poses lánguidas sin sustento.
A Spike Lee le sigue gustando el cine, y nos lo recuerda sin quietismos ni minimalismos. Más es más.