Decía Hitchcock que hay muchas cosas de la vida real que no se pueden filmar porque nadie las va a creer. A Spike Lee, parece, eso no le importa: aquí narra la increíble, muchas veces cómica historia de un detective que decidió ser famoso y se infiltró en el Ku Klux Klan junto con un compañero judío. Sucede en los años setenta, tiene un filo bastante interesante porque Lee conoce los mecanismos de la sátira y dirige actores como pocos realizadores. Todo es vivaz, en tensión, vertiginoso, lo que hace que olvidemos el absurdo de base y aceptemos lo que va sucediendo en la pantalla. Es curioso ese efecto, porque por un momento olvidamos el asunto “negro en el Klan” y empezamos a oír esos discursos disparatados del racismo, algo que se logra porque el director entiende perfectamente dónde nos está llevando y sabe cómo llegar a destino.