Un asesino bien derecho y humano
22 balas es el título con el que esta película se estrenó en buena parte del mundo, en alusión a la cantidad de plomos que en la secuencia introductoria cuatro matones a sueldo meten en el cuerpo del héroe. De allí en más, Charlie Mattei averiguará quién o quiénes ordenaron su muerte, vengándose de todos ellos a sangre y fuego. ¿Desde el más allá? No, qué va. Por más que haya quedado a un solo agujerito de las Criollitas, despatarrado en medio de un charco de sangre, con el rostro más partido que un héroe de Francis Bacon y varias funciones orgánicas destruidas para siempre, el protagonista de El inmortal, haciendo honor al título francés y local, no sólo consuma su venganza sino que además deja atrás para siempre su infame pasado de mafioso marsellés, entregándose por fin a su vocación de amoroso padre, marido e hijo. Copia empeorada de los peores thrillers “a la americana”, no hay golpe bajo o muestra de demagogia, convencionalismo, oportunismo y efectismo que El inmortal no abrace con chocante determinación.
La película presenta al héroe siempre rodeado de amigos o familiares. Cuestión de convencer al espectador de que el tipo –por más que sea un mafioso tan temible que sus enemigos, cuando lo ven se hacen literalmente pis encima– es, en el fondo, un buen tipo. Un hombre de familia, un amigo fiel, un tipo derecho y humano. ¿Que además de todo eso es un asesino despiadado, un narco, una basura humana? Bueno, sí. Pero si uno pone como protagonista a Jean Reno, que tiene esa cara de perrazo bueno y tristón, el espectador se olvida de que el tipo es una porquería y lo ama igual. Tano al fin (o corso, que es como una variante), Charlie Mattei ama a sus hermosos hijos, a su(s) esposa(s) (la ex es paciente terminal; la otra, ex prostituta rusa), a su mamma (encarnada por una señora que parece salida de un melodrama argentino de los ’40), a sus amigos de infancia. ¿Cómo no va a querer morirse cuando se entere de que es justamente uno de ellos el que lo quiere descuajeringar para siempre?
Desde ya que la película dirigida por Richard Berry (secundario de mil policiales franceses, durante el último cuarto de siglo) se las arregla para combinar ese buenismo catequista con un feísmo de torturas, sangre chorreando, cirugías y agujeros de bala en planos detalle. Todo eso convenientemente espectacularizado, con mucho montaje paralelo, planos rápidos y entrecortados, disparos en ralenti y matones de anteojos negros. Espectacularizado y postalizado, con un Mediterráneo azulísimo y acantilados a pico. Una curiosidad es la presencia de Kad Merad (protagonista de Bienvenidos al país de la locura y el comediante más exitoso del cine francés de hoy) como “malo” tartamudo y con trastorno obsesivo-compulsivo. La otra, el cruce de etnias (corsos, árabes, judíos, una policía asiática), que convierte a El inmortal en una versión de El profeta, que en lugar de referir por extensión a la Francia actual tira todas esas etnias a la mesa y no sabe qué hacer con ellas.