Ya pasaron más de 15 años desde que Jean Reno se convirtió en asesino a sueldo de la mano de Luc Besson, en la película en que descubríamos a una Natalie Portman minúscula y que ya pedía pista en la pantalla grande. Esta semana, de la mano de Richard Berry lo vemos venir de nuevo, arma en mano, aunque cambió la planta por una familia.
El actor marroquí interpreta en esta ocasión a Charly Mattei, un mafioso retirado hace ya varios años que con el fin de poder dedicarse a su familia le vende todo a un amigo suyo, también mafioso. La película centra la historia en Marsella, y ya desde los inicios, el film nos muestra a un mafioso con más reminiscencias a la familia Corleone que al glamour de la costa azul.
Charly Mattei lleva a su hijo menor a pasear, va a un estacionamiento subterráneo a dejar el auto y apenas se baja, ocho hombres encapuchados le disparan de forma automática. Luego sabremos que fueron 22 balas las que impactaron en su cuerpo y que, sorpresivamente, ninguna fue mortal. Ese es el inicio del film y de ahí en adelante, vemos a Mattei volver a lo que en su momento fue, un asesino, solo que esta vez con un fin muy concreto y real, proteger a su familia. Listo el panorama inicial, el protagonista comienza una vendetta a capa y espada contra el individuo que quiso asesinarlo y literalmente, no deja títere con cabeza.
Jean Reno le pone el cuerpo y el alma a este personaje que realmente existió, de una manera que solo él podría hacerlo. La película se basa en una historia real, y cuenta lo que le paso a Jacques Imbert en los años ’70, quien ha confesado sentirse más dolido por la traición que por las balas en sí.
Con momentos de extrema tensión, el actor y director Richard Berry, realiza un viaje a la etapa más triste y solitaria de la vida de un hombre, al momento en que decide tomar la decisión terminal de buscar venganza y nos muestra cómo lleva a cabo su casería; con balas, sangre y Jean Reno uno se asegura una película exitosa y en este caso particular, una buena película.