El tiro por la culata
Mientras miraba El inmortal me acordaba de Luna de Avellaneda. Y esto que parece potencialmente absurdo se ratificó posteriormente cuando el colega Rodrigo Seijas me preguntó si en un punto, el film francés no se parecía a la película de Campanella. En realidad estamos ante dos películas que pertenecen a mundos diferentes -una habla de clubes de barrio y valores de antaño y sobre cómo los corruptos de siempre quieren destruir ese mundo amable; y la otra es una típica de gángsters-, pero que encuentran un punto de unión en la lectura contradictoria que hacen del mundo que representan, y que se puede divisar a partir del villano de turno: el político de Fanego en la película Argentina, el mafioso de Kad Merad en El inmortal.
A saber: Jean Reno interpreta a Charly Mattei, un capomafia de Marsella, ya retirado, que es baleado por integrantes de otro clan que lo han traicionado. Sin embargo, los 22 balazos que impactan en su cuerpo no le dejan más que secuelas en su mano izquierda y en su rostro. Recuperado, decide averiguar qué pasó y tomar venganza de aquellos que intentaron matarlo. Hay varias pistas cinéfilas por ahí dando vueltas: El inmortal participa de la renovación del polar francés que viene de la mano del impúdico Olivier Marchal (El muelle, Mr. 73), pero además intenta unas visitas por los universos de Takeshi Kitano -en sus entrecruzamientos de clanes mafiosos y extrema violencia- y de El padrino de Francis Ford Coppola -sobre todo en la forma operística en que construye las matanzas del final-.
Vale decir que todo lo que hay de cita u homenaje en el film de Richard Berry -habitual actor de reparto del cine galo- no es más que superficial: El inmortal carece de los climas que tenían aquellas películas con Delon o Belmondo, y además se queda en una explicitación de la violencia sin mayor nota al pie que la de sacudir al espectador, proveyendo además una serie de secuencias de acción y persecuciones bastante mal filmadas, con una cámara que se mueve demasiado y escasa claridad en el desarrollo interior de cada escena. Así como estamos, lo único que sostiene el interés es la presencia de un Jean Reno físico y brutal. Como en Coppola, el sentido de familia ingresa al relato pero en este caso no como una lectura social y política, sino como otra forma de impacto. Esto tiene más de visión horrorizada de noticiero de la tele que de material cinematográfico.
Y ahí, precisamente, aparece uno de los puntos cuestionables del film. Obviamente -para un film como este que se vale de puros clichés- en algún momento el clan contrario se las tomará con la familia de Mattei, y este tendrá que actuar. No tenemos nada contra el héroe fílmico que acude a la violencia para salvaguardar a los suyos. Pero la que aparece aquí es una violencia sádica y de disfrute -vean las formas cada vez más extremas de matar que encuentra el bueno de Charly-, que en poco se vinculan con el sentido de “familia” que pretenden el personaje y la película. Si Mattei primero le aplasta la cabeza a un malo con la puerta de un auto, en planos bastante detallados, y luego se abraza con su hijito no estamos ante un film que polemiza sobre la justicia por mano propia, sino sobre una que celebra la violencia como forma de justicia. El film es irreflexivo ante esto, sobre todo porque para construir a ese padre mafioso, sí, pero querendón y amable, esconde cualquier rastro del pasado del personaje. Es ahí donde El inmortal se revela como perversamente falsa
Pero, y siempre hay un pero, sobre el final el personaje malo -al menos el que Berry quiere mostrar como el malo- le tira en la cara a Mattei unas cuantas verdades: le dice que ambos no son más que delincuentes, asesinos y que no puede redimirse de eso que ha sido. Al igual que pasaba en Luna de Avellaneda con el político de Fanego, el mafioso Tony Zacchia (Kad Merad) es aquí el personaje más lógico y coherente del film. Pero, al igual que Campanella, el director francés le niega cualquier tipo de dignidad fílmica. Si bien al menos El inmortal tiene a su favor el hecho de que explicita su contradicción, eso no la exime de ser una película que termina contribuyendo a una forma hipócrita. Sin el humor de Kitano ni la inteligencia formal de Coppola, El inmortal es un mediocre policial que además tiene el poco tino de querer compararse con los grandes.