El mafioso humanista
El hampa y el humanismo son dos polos que nunca se tocan aparentemente, pero eso se va diluyendo cuando detrás de cada delincuente o asesino aparece una persona con sus miedos, miserias y contradicciones que lo llevan a tomar decisiones extremas y a veces equivocadas. Esa es la premisa que gira en torno al universo de El inmortal, thriller poco atractivo que juega con la idea de venganza y redención sin aportar nada nuevo al género.
Charlie Mattei (Jean Reno) transita hace 3 años por su etapa de retirada del mundo mafioso tras haberse convertido en el pasado en uno de los capos máximos de la mafia de Marsella que siempre respetó los códigos: prostitución sí, drogas no; matar policias no; no traicionar amigos y defender con la vida la familia. Devoto padre de familia, pretende redimirse de sus pecados a partir de una vida tranquila sin asesinatos ni atracos, sino entregado a pleno a su hijo pequeño y a la ópera clásica. Sin embargo, una mañana es emboscado en un estacionamiento por ocho tiradores que lo masacran a balazos pero milagrosamente sobrevive y se gana el apodo de ‘‘el inmortal’’.
A partir de ese momento, su supervivencia lo obliga a tomar cartas en el asunto para vengarse de sus verdugos y por otra parte debe negociar con la policía para tener la zona liberada y llevar a cabo su plan de ajuste de cuentas, así como mantener a resguardo su familia.
Esquemática, previsible y apenas bien filmada, El inmortal se basa en una novela de Franz-Olivier Giesbert, que a su vez se inspiró en hechos de la vida real del mafioso Jacky Imbert. El planteo moral que mueve al protagonista resulta poco menos que elemental así como la descripción de cada personaje que lo secunda, incluido su antagonista Tony Zacchia (Kad Merad), quien desde el vamos porta el cartel de traidor además de pertenecer a la cultura musulmana, cuyas costumbres se retratan en este film del realizador Richard Berry como un aporte de exotismo que no suma ningún atractivo a una trama convencional.
Quizá la irrupción de escenas de extremada violencia y cierta prolijidad desde el punto de vista formal, sumada a una correcta actuación de Jean Reno, apenas alcancen a salvar el valor de la entrada, pero eso es todo lo que puede ofrecer este producto "made in France" bajo la tutela de Luc Besson.