Un retrato de su mundo, su obra, su don
Hubo un tiempo lejano en el que le ganaba el partido, por goleada, a la prosa. Pero de un tiempo a esta parte la poesía debe de ser la actividad artística más devaluada, menos evidente, más oculta. Y los poetas, más allá de la imagen romántica que el oficio convoca irremediablemente en la mente y el espíritu –o tal vez precisamente por ello–, parecen venidos del pasado remoto, al menos en el hemisferio occidental. Pero que los hay, los hay. Y bien lejos del anacronismo (bien lejos también de las listas de los libros más vendidos) continúan esforzándose por ofrecer una mirada distinta, alejada de pragmatismos y utilitarismos, sobre el universo y todo lo que éste incluye. Diana Bellessi es, como la mayoría de los poetas contemporáneos, un ser anónimo para la gran mayoría de los lectores no especializados. También es, como lo saben aquellos otros leedores amantes de los versos, una de las escritoras de poesía más importantes de la Argentina de los últimos cuarenta años. El documental El jardín secreto, estrenado en el Festival de Mar del Plata en su edición 2012, intenta acercarle al espectador su mundo, su vida, su obra, su don.
El film de Cristián Costantini, Diego Panich y Claudia Prado acompaña a la protagonista, nacida en la provincia de Santa Fe en 1946, a lo largo de lo que parece ser un par de meses estivales. Como punto de partida de un viaje por las vecindades geográficas y humanas –tal vez un reflejo a menor escala de las expansivas travesías de su juventud–, El jardín secreto encuentra a la poetisa en su casa de Palermo, según sus propias palabras, un lugar donde le cuesta mucho escribir poemas en los últimos tiempos. La centralidad de Buenos Aires le permite, sin embargo, acompañar las celebraciones por la sanción de la ley de matrimonio igualitario. Desde allí, la película la acompaña en una visita a su hermana menor, quien todavía vive en su pueblo natal de Zavalla. En ese segundo tramo, el documental abandona lo meramente descriptivo y se acerca, a partir de la selección del material en el montaje, a lo íntimo: la pequeña Diana quería ser distinta, viajar a los lugares más recónditos del mundo, luchar por un mundo menos salvaje y más justo.
Más tarde, en su casa isleña, declarará que “fue la escritura lo que me centró y salvó la vida; evitó que me perdiera en la guerrilla, en las drogas, en los viajes, siempre estuvo ahí para que yo me agarrara”. Es en esa última sección de El jardín secreto, marcada por los encuentros con amigos, las discusiones sobre política y la búsqueda de ese germen inasible, que da origen a los versos, donde el espectador logra finalmente acercarse a esa otra vida que habita la pantalla, recortada y expuesta por los tres documentalistas. Hay en el film una suerte de mímesis con el sujeto, una réplica con herramientas eminentemente visuales del estilo poético de la figura retratada. Si los versos de la poeta son directos y transparentes, pero no por ello menos evocativos, cargados de emotividad y simbolismo, los realizadores intentan –y logran, en gran medida– presentar a Bellessi a partir de una serie de esbozos, donde el audio no necesariamente se corresponde con las imágenes y lo insondable se entremezcla con lo aparentemente banal. “Lo único que me importa en la vida es lo lírico, el gesto lírico”, dice Bellessi en su casa del delta del Tigre, acompañada de su perro, de las plantas y del agua omnipresente.