Palabras sembradas
¿Cómo visualizar la poesía? ¿Cómo narrar a un(a) poeta? Gustavo Fontán extremó la manera para decir a Juanele en la asombrosa La orilla que se abisma sin recurrir a palabra alguna, sólo en el final. Claudia Prado, Diego Panich y Cristián Costantini -los directores de El jardín secreto-, eligen tomar un camino donde la voz de Diana Bellessi, la protagonista, es un hilo conductor pero que no cumple con el ritual de ninguna cronología biográfica si no, apenas, con un compilado de hechos que constituyen una vida.
Tres espacios se conjugan para reconstruir un ámbito vital: la ciudad como imposibilidad actual de creación; Zavalla, el pueblo natal, como resguardo de la memoria familiar; y el Delta como recuperación de la letra. Pero en todos la intersección es el jardín, ya como construcción de refugio, ya como recuerdo, ya como amparo cultural ante el avance devorador del monte natural.
Bellessi, además de una poeta inmensa, es una pensadora que reflexiona no sólo sobre su producción sino sobre su condición humana y el intercambio productivo entre ambas esferas y el mundo que contiene y provoca su obra. El poema nace del amor, de la contemplación sostenida, dice por ahí. Y mientras el grano de su voz encantatorio desarrolla pensamientos y deshilvana poemas, los directores prefieren, también, mostrar imágenes de la naturaleza ante nuestros ojos escuchantes y nuestros oídos (como) miradores. O entregar animaciones cuasi infantiles de los mismos dibujos que la autora realizó. Esta elección proyecta e inviste lo lírico en la cadencia del montaje, secuencia los pliegues donde se asoma -si existiera lo que llamamos fácil y pragmáticamente- “lo poético”. Y llega a su cénit en la lectura del poema Detrás de los fragmentos con la escritora sentada en las ruinas de lo que fue la primigenia casa familiar (que debieron abandonar echados por el gobierno de Onganía), mientras el atardecer se vuelve noche.
Cada testimonio o cada aparición (tía, hermana, sobrino, amigos) que acaecen complementan la construcción de la protagonista pero no la completan ni la cierran ni la concluyen. Muestran las facetas, apuntalan la complejidad de un retrato y acercan la familiaridad de lo cotidiano, desnudando el bronce con el que la Academia pareciera forjar a la “poetidad”. Algo que Bellessi sabe, y utiliza en su provecho, al desestructurar su poesía echando mano a la materialidad de lo terrenal para alcanzar la profundidad de lo que se busca decir sin explicitaciones bruscas ni rebuscadas metáforas ni bordados palabreríos; y en su propia vida en cómo se muestra (descalza barriendo hojas, podando plantas, siempre vestida de entrecasa, tomado mates y fumando), sencilla y cómoda. Comodidad que fluye en cada imagen haciendo que el espectador ingrese en esa secuencia que une la visita a los que ya no están en el cementerio del pueblo con la defensa de la diferencia. Sutil hilo que aúna lo íntimo con lo político, lo privado con lo público, y que se sucede permanentemente en el documental volviéndose motivo.
Si, como enuncia Bellessi, “la variación genera obra”, es en ese pequeño intersticio, en ese minúsculo descorrerse, en esa ínfima diferencia, en ese milímetro que se separa de la repetición, donde es requerida la atención de quien visiona el film para admirar la belleza de lo que nos rodea aunque, a veces, también eso convoque al dolor y la ausencia.