El Jilguero: Después del atentado.
Las fechas son cercanas. El suceso es algo similar. La sensación intenta ser la misma. El 11 de septiembre de 2001 sucedió en estados unidos uno de los atentados más conocidos de la historia de ese país. A partir de ahí, la vida de todos sus ciudadanos fue un antes y un después. Con intención de mover alguna emoción, la película El jilguero (basada en el libro homónimo) intenta recrear ese sentimiento, pero sin mover mucho la marea. Siendo respetuosa. Pero la pregunta que uno se plantea al verla es… ¿El hecho de ser respetuosa es suficiente motivo como para justificar su calidad?
El jilguero es una película dirigida por el poco conocido John Crowley, pero con un elenco de actores encabezados por los prestigiosos Nicole Kidman (Eyes Wide Shut, The Others), Ansel Elgort (Baby Driver, Divergent) y otras caras no tan prestigiosas, pero que pueden resultar conocidas como Luke Wilson, Sarah Paulson o Jeffrey Wright. La historia, basada en un libro best-seller del mismo nombre, cuenta la historia de Theo Decker, un niño que pierde a su madre en un atentado terrorista realizado en un museo de arte y, más adelante, la vida de ese niño una vez convertido en adulto. A pesar de no especificar ninguna fecha clara, la película transmite la sensación de que este hecho es contemporáneo al atentado a las torres gemelas que sucedió aquel 11 de septiembre, aunque desde acá es importante avisar que todo lo que sucede en la historia, aunque pueda tener su inspiración en la vida real, es cien por ciento ficción.
Es importante hablar de la fotografía muy bien trabajada y cuidada de Roger Deakins, uno de los mejores directores de fotografía que existen actualmente. Queda claro que no es su mejor trabajo, pero aún así logra generar ambientes visualmente ricos e interesantes de ver. También hay algunas actuaciones, como por ejemplo la de Oakes Fegley interpretando al joven Theo Decker, que resaltan por su calidad y trabajo de caracterización. Realmente sorprende su habilidad actoral a tan corta edad.
Pero, a pesar de estos detalles de muy buen color, la película no logra llegar a buen puerto. En ningún momento vemos un personaje poco realista o tampoco vamos a ver una situación poco construida, pero la historia en sí misma llama muy poco. Hay algo en el ritmo de los planos y en sus idas y vueltas temporales (la película va y viene contando la historia del protagonista de joven y de adulto) que pone enormes trabas a la pata emocional de este film. Decisiones que terminan recayendo demasiado en John Crowley, el director, quien parece tener más cuidado con no cruzar ninguna línea y hacer la película más correcta posible que con contar un conflicto interesante o un desarrollo de personajes atractivo. Y eso es una lástima.
Es una lástima porque este guion no carece de decisión sobre lo que quiere transmitir. Su intención es clara. Pero dentro de esa pretensión, la emoción resulta demasiado artificial. Ansel Elgort, por ejemplo, quien interpreta a la versión adulta de Theo Decker, no logra personificar su personaje. Sus lágrimas son artificiales y su sentimiento resulta simplemente falso. No es la excepción. Muchos de los actores en esta película no lograron una actuación verosímil, sobre todo cuando la historia realmente parece pedir un nivel dramático y emocional fuerte. Ahí es cuando más se cae.
Si a toda esta fórmula algo fallida se le suman las casi dos horas y media que dura el metraje de esta película, está claro que el resultado no va a ser positivo. Mientras que por un lado tenemos un guion respetuoso, una historia aparentemente profunda y hasta una reflexión interesante sobre el arte, la cual decidí no profundizar por cuestión de spoilers, tenemos también por el otro lado a su ritmo regular y su dirección que llega a ser directamente mala en algunas ocasiones. Puede que alguien conecte con lo que transmite el film, y sinceramente no me sorprendería ver a personas afectadas en su vida real por algún ataque terrorista que dejen caer una lágrima en algunos momentos, pero la película falla en el acto de mimetizar, falla en hacer al espectador parte de la historia que cuenta. Y eso, lamentablemente, afecta directamente al producto final