Esa historia de amor que nunca arranca
Presionada por el contexto social y familiar, la Carmen del título se ve compelida a buscar una pareja. Finalmente conocerá a alguien, pero la falta de progresión emocional en el vínculo entre personajes termina conspirando contra las intenciones del film.
El karma de Carmen quiere ser una comedia romántica y lo es cuando confía en una actriz con el oficio de Malena Solda para delegarle todo el peso de la historia, decisión explicitada por el director Rodolfo Durán (Terapias alternativas y Cuando yo te vuelva a ver) en la gacetilla de prensa: “Es una comedia romántica que se desarrolla a partir de un solo personaje”, define. De rostro angelical e infantil, con la nariz siempre fruncida y portadora de una insatisfacción generalizada digna de Woody Allen, la Carmen del título es una chica en sus treinta y pico aquejada por la soltería. O, mejor aún, por sus consecuencias sociales. Narrado con sordina y en un medio tono constante, el film jamás apunta al deseo de un desarrollo personal como motor principal de la necesidad de una pareja, sino a un contexto social y cultural en el que el establecimiento de una vida sentimental es norma tácita. Así, el problema de Carmen no es tanto la soledad como la presión a la que es sometida por el entorno. Entorno que, encarnado por su mejor amiga (Laura Azcurra) y su familia, está enfrascado en la aventura de buscarle un hombre, sobre todo después de que gane un viaje a Mar del Plata en una rifa de fin de año y no tenga acompañante.
Hasta que aparece un candidato (Sergio Surraco). La cuestión parece ir para atrás como pase de rugby, con una primera cita para el olvido y una serie de reencuentros posteriores poco favorables, avalando la teoría de la protagonista acerca de la imposibilidad de forzar los sentimientos. Pero resulta que al final Carmen sí sentía algo por el pibe. Y es justamente la ausencia de una progresión emocional del vínculo entre ambos donde empiezan los problemas del film. Es siempre loable la evasión del recurso simplista de un largo flashback que resignifique las situaciones compartidas, pero Durán no establece cambios formales o de registro actoral que especifiquen la incipiencia amorosa, convirtiendo a El karma de Carmen en una de esas películas bien intencionadas, volátiles e irregulares, a la que ni siquiera la brisa marina logra insuflarle el aire suficiente para mantenerse a flote hasta su desenlace.