El karma de Carmen

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

En busca de la felicidad, aunque sea por un rato

En el plano afectivo a Carmen no le va nada bien. Arregla más de una cita con Javier pero las cosas salen mal, aun en la intimidad. Su mejor amiga, se pelea y reconcilia con su pareja, y esto provoca una nueva postergación para un viaje de ambas, acaso añorando sus años de adolescentes. La noche de Navidad se aburre en la casa familiar en medio de los fuegos artificiales, en tanto, sus papás le recuerdan a sus ex parejas, es decir, sus fracasos de pareja. Carmen tiene 36 años, se la ve malhumorada, le grita "fascista" al guardia de seguridad de un parque, anda en bicicleta, da clases en la facultad... Su hermano representa lo opuesto a ella viviendo en un country y más de una vez devora con placer un cuarto de helado de dulce de leche. Pero Carmen gana un premio navideño en la heladería vecinal: un viaje todo pago a Mar del Plata por cinco días para dos personas. Rodolfo Durán sigue el andar sin suerte de la protagonista, eligiendo un tono de comedia leve y sin pretensiones, observando al detalle las mañas y obsesiones de una mujer de más de treinta años buscando la felicidad, aunque sea por un rato.
La puesta en escena es realista con sus virtudes y desbordes en personajes estereotipados y situaciones que provienen de un guión básico para un programa de televisión. Allí, El karma de Carmen retrotrae por su simplicidad narrativa al cine argentino de décadas pasadas, con su estética teñida de euforia naturalista convertida en imperiosa necesidad formal. Los encuentros con Javier, en un restaurante comiendo sushi (toquecito actual Palermo Hollywood), en un parque y en la casa de la protagonista, por su parte, invitan a contemplar algún instante gracioso, que siempre termina resultando frustrante para la fastidiosa Carmen.
Pero el viaje a Mar del Plata, meter y mucho más la cabeza en el mar, un beso necesario y las vueltas de la vida, tal vez, sirvan como salvavidas para un personaje particular al que Malena Solda le entrega todo su fervor interpretativo, con una mayor contundencia y riesgo que la rutinaria trama argumental que describe el film.