La crisis de la clase media argentina -un tema recurrente en la historia del país de los últimos veinte años- es el asunto principal de esta ópera prima de tono costumbrista, marcada a fuego por la estética y las soluciones dramáticas prototípicas de las tiras televisivas.
Tanto los conflictos planteados a lo largo de un relato que se mueve pendularmente entre el drama contenido y la comedia liviana como la catadura de los personajes responden invariablemente a convenciones muy transitadas en los productos masivos de la TV local. O a los de un cine que fue moneda corriente en otra época, previa a la fuerte renovación que se produjo aquí a fines de los años 90.
La gran pregunta que revitaliza El kiosco es evidente: ¿el cine argentino que tiene aspiraciones de llegar al gran público está condenado a reproducir sin empacho esquemas tan superficiales? Casos como los de Leonardo Favio, Adolfo Aristarain y, más cerca en el tiempo, Fabián Bielinsky animan a pensar que no, y abren una ventana para imaginar la chance concreta de producir películas profundas, osadas e inteligentes sin apelar con tanta insistencia a los lugares comunes.
La sensación que provoca El kiosco (aun con un reparto de reconocido profesionalismo: Pablo Echarri, Roly Serrano) es la de una película que ya vimos demasiadas veces.