Anclada en un país en crisis en el que no sobran las oportunidades laborales, la ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez aborda con humor y nostalgia los cambios que atraviesa la vida de un trabajador de clase media cuando decide asumir un nuevo desafío.
Mariano -Pablo Echarri, en un rol que le calza como anillo al dedo-es un empleado harto de su trabajo que acepta el retiro voluntario y decide comprar un kiosco que promete ser su nueva fuente de ingresos, sin imaginar que la calle sobre la que está ubicado su flamante negocio será cerrada al tránsito para hacer un viaducto.
La película navega entre la nostalgia y un presente desalentador que sólo sostienen su mujer Ana -Sandra Criolani- y su hija, a quienes quiere ofrecer una vida sin sobresaltos. Sin embargo, cuando ella comienza a crecer profesionalmente -es pintora- y el camino de Mariano parece descendente, la fractura se traslada a la pareja y las cosas se complican más de lo debido.
El relato está narrado con dinamismo y situaciones graciosas desplegando una efectiva galería de personajes secundarios: Don Irriaga -Mario Alarcón-, el anterior dueño del negocio que muestra su verdadera cara; Charly -Roly Serrano-, el pizzero del barrio que ofrece su amistad a Mariano y también trabaja como curandero -en una de las escenas más desopilantes del filme-; Félix -Rubén Pérez Borau-, el padre de Mariano que colecciona envases de yoghurt y aparece en el momento menos oportuno y Elvira -Georgina Barbarossa-, quien está dispuesta a hacerle la vida imposible a su yerno.
Con este marco, El kiosco se convierte en una propuesta sencilla y efectiva en las situaciones de actualidad que plantea sin olvidarse del humor. Entre el escape del comienzo, la estafa y un intendente turbio, El kiosco, ese lugar de ensueño de la infancia, se transforma en el infierno y en la salvación de Mariano.